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Mostrando entradas de mayo, 2017

Cuando me apuñalas por la espalda, la boca me sabe a sal

Y qué mal, porque me recuerdas que no vivimos de cara al mar, que no nos enfrentamos a las olas. Déjame decirte que eres un miserable, un embustero, un perfecto imbécil maquillado de anciano joven al que una vez quise. Te puedo decir que te vomitaría en la cara. Que te abrazaría hasta morir. Te puedo decir que te compraría un sombrero que te quedara muy bien. Y un pañuelo con el que ahorcarte. Quizá te sorprendan mis palabras, pero no las oirás si te sujeto bajo en agua. Uno. Dos. Tres minutos. Quizás horas. Acabaré cansada. Tú, muerto. Y de verdad, que incluso con eso habrá merecido la pena. Te cerraré los ojos y el ataúd, tranquilo. La luz no entrará jamás de nuevo por tus pupilas para que no veas la podredumbre que lo cubre todo. Para que no veas a las moscas salir de tu boca ni a los gusanos lamerte la piel. Quiero que escribas un diario mientras para que, cuando vengas a verme, lo traigas contigo y me lo tires en la cara, que me escupas, literalmente, las palabras. Que me destro