Me acabo de acordar de que nunca me ha importado herir sensibilidades. Y es por eso que quiero contaros algo. Sé que me arriesgo a que corra de boca en boca como si de un chismorreo de la vecina del quinto se tratase. Bueno, bien mirado, yo soy esa vecina del quinto y, sí, soy yo quien va a iniciar todo esto. Nuestro protagonista está sentado enfrente de mí. Yo solo le observo, no hago nada malo. (A menos que comerse un sándwich de atún se considere algo malo porque odio el atún, pero no quedaban de otra cosa). Y bien, muriéndome del asco, observo, aún con más asco, al señor que tengo delante. Su pelo, lleno de mierda, le cae en mechones oscuros y pastosos a ambos lados de la cara y sus ojos, con la esclerótica amarillenta, parece que se le van a salir de la cara en cualquier momento. Los tiene muy abiertos y me da cosa mirarlos por si mi expresión facial imita la suya y no quiero que piense que me sorprende o que me da miedo, solo que me da asco. Tampoco es que yo me al