Veinte

Ella estaba tirada en el sofá con esa cara que se te pone cuando estás muy cansado, aburrido y dolido a la vez. Esa cara que te hace vomitar tristeza por los ojos y gritos por el corazón. Esa cara que dice "No me hables", pero que parece que nadie la ve porque todos te hablan.

A veces le lanzaba miradas al teléfono esperando que sonara en cualquier momento. Esperando que sonara en mitad de la noche y que fuese alguien que le resultara agradable. Alguien que le dijese "¿Quedamos? Vamos, vístete. Nos vemos en un rato". Pero eso nunca ocurría.

Miraba al techo y a las paredes como si aquel color blanco fuera a desaparecer por arte de magia. Recorría cada centimetro con los ojos imaginando líneas aquí y allí de diferentes colores, entrelazándose o dejándose espacio. Dibujando en la monotonía. Incluyéndose en un cuadro.

"No va a pasar nada. Nunca pasa nada", se repetía todo el rato mentalmente. Se repetía que se quería morir. Era un pensamiento tan recurrente que ya no le prestaba atención. Todos los gritos que al principio le molestaban se habían convertido en parte de su vida, en parte de sus huesos.

Solo esperaría durante veinte minutos más. Eso es lo que se dijo. 
Pero pasó como con todo: no lo cumplió. Y se tiró veinte años esperando. 
Y lo peor es que parecía que no se cansaba de esperar. Pero lo hacía.

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