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Mostrando entradas de julio, 2014

Solo sé que me partían las ramas

Algún día, prometí, cortaría todas esas hojas muertas que se me caían a los pies con cada paso que daba. Lo prometí. Algún día, me dije, me dije muchas cosas, pero se me olvidaron al instante. Te puedo asegurar que mis flores se están muriendo. Que no hay nadie que riegue mis esquinas, que solo se dedican a verme morir. La corteza se me abre aquí y allí, dejando ver todo lo que llevo dentro. Y no quiero. (Y no). Pero lo que más me duele son esas navajas que me clavan para tallar cosas como "Te quiero" y que luego el tiempo no tapa, que solo me muero más. Lo único que temo es que me arranquen de raíz. Hasta entonces son libres de hacer conmigo lo que quieran.

Caelifera

Llenos de Don Nadie está el mundo y tú  te creías especial por serlo sin serlo. Ah, iluso saltamontes  aplastado contra la ventana. Que tu aliento me corroe por las noches. Que ya no vuelo  j u n t o  a ti.

Ella era de decir cosas como si las sintiera

Abrió sus pequeñas y blancas manos y aquella cosa estaba palpitando en ellas. Roja y triste, la miraba sin ojos con miradas de esas que son anzuelos clavados que no se sueltan y desgarran y destrozan. Pero a ella no le importaba mucho. No le importaba mucho más allá de la lipotimia y la sed, de la ausencia de oxígeno, de la ansiedad.  Nada importaba mucho más que aquella cosa palpitando en sus manos. Y ahora qué venía, se dijo, si ya se había arrancado el corazón. Que ahora qué.

Porque no nos gusta matarnos de golpe

"Métete aquí", te dicen.  "Si no cabes, te desmontas", te dicen. "Pero tienes que encajar". Y que no se callan. Y te señalan una caja diminuta de cualquier material tóxico que te pueda venir a la mente.  Sin ventilación, sin color y sin heridas. Que esas cosas ya las pones tú, te dicen.

Todo ha cambiado tanto

Estaba pensando en cuando era pequeña y en que cuando lo era, me movía por sitios totalmente diferentes. Que los escenarios que piso son otros y es gracioso porque cuando pisaba escenarios de verdad era antes. Que nunca volveré a pisar aquella plaza o esa otra, que nunca volveré a encajar mi cabeza en aquella barandilla (¡y menos mal!), que nunca más pisaré aquella agencia de viajes, ni aquel bar, ni aquella churrería, ni aquel supermercado, ni aquel colegio ni ese otro. Que nunca más llamaré al timbre del segundo B ni tendré que saludar a esos vecinos, que nunca más jugaré con caracoles ni con hormigas porque ahora me dan asco. Que nunca volveré a restregarme amapolas por la cara ni iré al campo a recoger flores para mi madre con mi padre. Que nunca volveré a pisar las hojas caídas y naranjas que cubren aquel paseo. Que nunca más le sonreiré a la misma gente. Que nunca más lloraré por la misma gente. Que aquello me gustaba y ya no. Que al revés.

El fabricante de mariposas

Imagen
Todo en aquella habitación era de madera. Incluso las bombillas. La magia que se respiraba allí tenía un color entre amarillo y rosa, pasando por el naranja, y con chispas verdes, azules y moradas aquí y allá. Un rojo que se transformaba en granate en las esquinas y un negro que se peleaba con el blanco por el gris. Y la nada. La nada era lo que más espacio ocupaba, aparte de la música. Una mariposa bailaba en el centro de la escena, acaparando la atención de los muebles y de la Luna. Vueltas y vueltas y vueltas dejaban caer suspiros de su boca como si de suaves plumas albas descendiendo a cámara lenta hasta el suelo se tratase. Parecía una bailarina de ballet de esas que hacen ver que no hay esfuerzo, de esas que te mueven lo de dentro y te hacen abrir los ojos y gritar "oh" o susurrarlo muy bajito, muy para ti. El viejo carpintero se rascó su calva cabeza por donde aún le quedaba algo de pelo canoso, tan blanco como la nieve (tan fría como su corazó