Entradas

Mostrando entradas de agosto, 2016

Te llamo porque te echo de menos

Cogí el teléfono para llamarle. Marqué el número y apreté el botón verde, que era como si me empujaran por un barranco. Dio un tono y me lo cogió. —Te llamo porque te echo de menos —le dije, casi susurrando. La llamada se cortó. Ni siquiera le había oído respirar, pero prefería pensar que lo seguía haciendo. Volví a intentarlo. Un tono y me lo cogió. —Solo quiero saber si sigues respirando —le dije, tratando de ocultar mi angustia. Exhaló un suspiro y me colgó. Seguía respirando, así que yo también. Me puse a mirar por la ventanilla del tren. Aquel día había empezado con un cielo gris horrible, lleno de nubes oscuras que lo cubrían todo. En ese instante, había un sol tan espléndido que no pude observar el paisaje durante más de dos segundos seguidos. Volví a llamar. Un tono y me lo cogió. —Aquí hace sol —le dije—. ¿Allí hace buen tiempo? A través del teléfono, se oyeron unos pasos y el sonido de una ventana abriéndose. Lluvia fuerte y un trueno.  Y me col

Poema inacabado

Tienes los ojos negros como cuando el corazón se pudre, y nos separa un hilo tan fino como el que cae de sangre de tu boca (porque te he apuñalado) cuando hablas. Las tormentas se vuelven hormigas a tu lado, con ese corazón tan roto que ya no hace «tic-tac» (error mío por creer que es un reloj), que se ha parado.

Que no te has partido en dos

Quiero saber que estás bien. Que la calma ha llegado a ti. Que los latidos se han ralentizado. Que la amargura en tus papilas gustativas ya no es tal. Que no te has clavado un martillo en un ojo. Que no tienes las uñas rotas de rascar (de rascar el ataúd en el que te enterré). Que puedes aguantar la respiración durante uno, dos, tres segundos y luego soltarla sin parecer que llevas toda la vida aguantándola. Quiero saber que estás. Bien, quizá esto no sea del todo cierto, pero quiero saber que estás. Que sigues existiendo. Que no te imaginé: que no eres otro de los personajes de los cuentos que inventé. Esos en los que todo el mundo sufre y hace sufrir. Esos en los que hacerse heridas es lo importante y cicatrizar, lo secundario. Esos en los que cuanto más se sangre, mejor. Que cuanto menos se lata, mejor. Que tus latidos no se han ralentizado (tanto, digo). Quiero saber... Mil cosas, la verdad, pero a la vez, ninguna. No quiero saber nada de ti, solo que estás, que estás bien

A los gusanos

A mí que me escriban cuando ya me haya muerto. Cuando no pueda decir que sí, que me está destrozando lo que me cuentan. Que las palabras me cortan más que un cuchillo en el cuello que me impide respirar por si al moverme me rajo y me desangro. Y muero. Suelto el aire de golpe y despierto de la ensoñación que me tiene atrapada pensando en la muerte así. Qué agobio. A mí que me escriban cuando me quieran hacer tiritar, pero no de miedo. Cuando quieran que el vello se me erice y me dé un escalofrío que me aleje de la desgracia y me haga sentir un poquito feliz. Que sea como cuando alguien conoce tu canción favorita y la pone solo para animarte, para verte sonreír. Para bailar. Suelto el aire de golpe y me da pena no ser así de feliz ahora mismo. Me ahogo. A mí que me escriban cuando no sepan qué decirme, pero me lo quieran decir todo. Cuando el nudo en la garganta sea más fuerte que en los cordones de los zapatos. Que se te atraganten las palabras y tengas que carraspear, que no

Donde nos convertimos en ceniza

Nos encontramos en un punto en el que pensamos que ya no tenemos que ser salvados, pero solo porque sabemos que nadie nos va a salvar. Damos por hecho que nadie va a ser lo suficientemente poco cobarde, poco miserable y poco egoísta como para echarnos un cable y que no sea al cuello. Que nadie va a tendernos la mano durante más tiempo del que tardamos en tender nosotros la ropa. Damos por hecho que nadie se va parar a sacar un paquete de pañuelos, que nadie va a levantar un brazo sobre nuestra espalda y no va a ser para apuñalarnos, que en esas manos no había puñal, sino afecto y ganas de arropar, de arreglar la desdicha. Damos por hecho que todos se reirán de nosotros si mostramos que somos humanos porque nacimos para ser peces muertos en el mar: para flotar. Porque nacimos para ser cenizas, no para saber cómo sobrevivir al fuego.