Donde nos convertimos en ceniza
Nos encontramos en un punto en el que pensamos que ya no tenemos que ser salvados, pero solo porque sabemos que nadie nos va a salvar. Damos por hecho que nadie va a ser lo suficientemente poco cobarde, poco miserable y poco egoísta como para echarnos un cable y que no sea al cuello. Que nadie va a tendernos la mano durante más tiempo del que tardamos en tender nosotros la ropa. Damos por hecho que nadie se va parar a sacar un paquete de pañuelos, que nadie va a levantar un brazo sobre nuestra espalda y no va a ser para apuñalarnos, que en esas manos no había puñal, sino afecto y ganas de arropar, de arreglar la desdicha. Damos por hecho que todos se reirán de nosotros si mostramos que somos humanos porque nacimos para ser peces muertos en el mar: para flotar. Porque nacimos para ser cenizas, no para saber cómo sobrevivir al fuego.
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