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Mostrando las entradas etiquetadas como Relatos

#14 Desorden

Llego a casa y solo veo huellas. Huellas que me indican que has estado aquí en algún momento de mi vida. Como aquel día en el que viniste a tomar café un rato y al final te quedaste durante tres semanas. Podía sentir tus pies fríos incluso con la manta entre nosotros y no me molestaba porque eso significaba hogar. Abro el armario de la cocina y ahí está la caja de los cereales que solamente te gustaban a ti. La tiro a la basura. Llevan siete meses caducados. Creo que igualmente se pueden comer, pero seguramente están ya rancios y, además, como he dicho, solo te gustaban a ti. El armario de la entrada se ha quedado muy vacío sin tus abrigos, pero la que echa de menos tus bufandas soy yo. Ahora me entra frío por el cuello y se me mete en la garganta con cada bocanada de aire. Todavía no ha llegado el invierno, pero yo me siento como en la puta Antártida con todo este desorden. Solo quiero darle a rebobinar y caminar hacia atrás como cuando subes por una escalera mecánica que es de bajada...

#13 Serendipia

Los posos del café, los cigarros y la serendipia son conceptos de adolescentes intensos. Me hace gracia reírme de esto cuando yo soy muy de eso sin serlo. No fumo ni bebo café y jamás en mi vida he usado la palabra «serendipia» más que en este texto y, sin embargo, hay algo que me une a todo ello y a los sentimientos que esas cosas quieren transmitir. Mañana voy a comer a casa de mis abuelos y a llevarle a mi abuela un producto que están retirando de las farmacias. Solo hoy he visitado siete y en una quedaba una caja. La única. A veces, la vida es una caja de bombones, sí, pero otras, es una caja que están dejando de fabricar y que han retirado del mercado. Yo solo quiero hacer a mi abuela feliz. Darle una millonésima parte de todo lo que me ha dado ella en la vida y abrazarla tan fuerte, tan fuerte que se quede dentro de mí para siempre. Yo soy una postadolescente intensa, aunque no sé muy bien cuándo se deja de ser postadolescente y se pasa simplemente a ser adulto. En «Los Sims»...

#12 Pertenencia

Tengo una amiga que se ha mudado diecisiete veces. La razón principal es que ninguna de las viviendas las siente como su hogar. Solo busca un signo de pertenencia, algo que le diga "tú eres de aquí", pero, de momento, no lo ha encontrado. Ha estado en cuatro o cinco países distintos, ha vivido sola, con amigos, con gente aleatoria y con sus parejas y en ninguna de las ocasiones ha sido capaz de sentir que estaba en casa. A veces, el hogar no es un lugar, sino una persona o una parte de ella. Otras, lo encontramos en objetos a los que les hemos dado una carga sentimental que llevarán para siempre o hasta que acaben en la basura con el afán de borrar esos sentimientos, o porque simplemente nos acordamos de Marie Kondo y nos da por limpiar la habitación. Pero cuando te mudas tantas veces, es difícil otorgarle sentimientos a un lápiz. Lo dejas atrás porque no escribes con él nunca y ocupa un espacio que puede ser utilizado por otro objeto que usas más. Ese lápiz te lo trajo tu ...

#11 Inmarcesible

Cuando arrancas una flor, le estás quitando la vida. Le has quitado el corazón a un ciervo y lo has dejado temblando de frío y muerte en el suelo. Las manos se te han llenado de sangre, que enseguida limpias sobre tu camiseta, pasando de azul a rojo. Nunca has sido del Barça, pero uno no siempre es lo que espera. Y menos cuando está asustado. Has extirpado un corazón, pero el tuyo late muy deprisa, como si todo lo que pudieras sentir fuera amor. Porque, al final, lo único que buscamos es a alguien que nos quiera, como esa pobre flor amaba al suelo sobre el que se erguía. Se creía inmarcesible. Sonríes mentalmente recordando las palabras de tu madre: «No sabes amar, todo lo destruyes». Te acuerdas de que después de eso rompiste un jarrón, también lleno de flores, y que estaban muertas desde hacía mucho. Nadie había llorado por ellas. ¿Por qué tenías que hacerlo tú con esta?

#10 Conjuro

Los bosques por el día dan sensación de hogar, pero por la noche provocan miedo. Una rama partida en la lejanía equivale a una manada de lobos que acuden a despellejarte vivo. A rajarte la garganta de un mordisco y a verter tu sangre por el suelo como si quisieran realizar un conjuro para traer al mismísimo Diablo. Pero tú sabes que todo eso es mentira, que los lobos no pueden traer a los malos espíritus porque para eso hacen falta almas humanas y manos. La luna te mira desde arriba, con la cara tan brillante que ilumina la tuya y, entonces, sonríes hacia el cielo porque entiendes que no hay lobos, ni monstruos, ni espíritus. Que el único ser maligno que hay aquí eres tú y te has quedado con la boca seca, sin ser capaz de hablar. Te arrodillas entre los árboles y pones las manos en el suelo, como si quisieras conectar con toda la naturaleza, pero solo sirve para que las hormigas trepen por las mangas de tu camisa. Respiras de una forma tan profunda que el aire ya no quiere dejarte, s...

#9 Aroma

El otoño ha llegado tan suave que ni su brisa te levanta la falda. Llegas a casa de trabajar, enciendes unas varillas de incienso con aroma a vainilla, te descalzas y te sirves una copa de vino blanco. Cada noche, te pones un vinilo distinto y en esta tocaba algo de Nino Bravo. «Libre» siempre te ha puesto muy triste, así que, cuando llega, saltas directamente a la siguiente canción. Ojalá fuera tan fácil con todos los momentos malos: le das a «siguiente» y ya está. Aquí no ha pasado nada. Siempre has estado bien, tu vida es perfecta y todo el mundo te quiere. Tienes el trabajo de tus sueños y los dientes tan blancos que hasta la gente duda si son de mentira. Nunca te has planteado qué pasaría, qué harías, si las cosas fueran diferentes, porque jamás va a ocurrir. Jamás te vas a ver entre la espada y la pared o con una opción decisiva que cambiará tu vida para siempre. Que todo puede salir bien o salir bien, no hay otro resultado posible. Ojalá fuera tan fácil porque al final sí has pu...

#8 Cristalino

—Me has jodido la vida. Firme, conciso y cristalino. Tus palabras salieron despedidas como cuando partes nueces y saltan trozos que pueden entrarte en un ojo. Obviamente, yo no había sido nada justo contándote que había matado a mi prima. Tampoco pretendía serlo. Solo buscaba compartir lo que me había ocurrido con una de las personas más importantes para mí. Era un gesto de confianza y amistad, pero no había tenido en cuenta que eso sería una piedra grande y pesada en tu garganta para el resto de tus días o hasta que yo quisiera confesar. Lo admito: no fue sin querer. Pero tampoco fue queriendo. Ni lo tuyo ni lo de mi prima. Y sí, puede que eso me convierta en un ser horrible, pero mira, todos nuestros actos nos llevan a algo como los ríos llevan a la mar, que es el morir y todo eso. Por una vez en mi vida, quise volver atrás, pero rebobinar nunca ha sido lo mío. Soy más de avanzar a trompicones hacia delante. Hasta la escena veintisiete, donde la chica de la peli yace muerta, llena...

#7 Augurio

No es lo mismo que te falte un botón en la camisa que que te falte el corazón en el pecho. Los dos dejan un hueco sin llenar, pero solo uno puedes reponerlo. He mirado el reloj cuatrocientas cincuenta y cuatro veces a pesar de tener la muñeca vacía porque pienso que en cualquier momento puedo perder el tren de las doce. No estoy tranquila, aunque sé que tengo más de media hora hasta que venga y que lo van a anunciar por los altavoces. La chica que indica el andén por el que llega mi trasporte está tan animada como cuando alguien te dice que lo siente porque se ha muerto tu bisabuela sin siquiera haberla conocido. Solamente recuerdas el cocido que te hacía cuando tenías siete años y lo mucho que le temblaban las manos ya entonces. Los temblores nunca han sido un buen augurio de nada. Ni siquiera cuando son únicamente por el frío y puedes arreglarlo poniéndote una manta por encima. Pero mucho menos lo eran cuando a ella se le caía el plato de sopa en el suelo y se hacía añicos, cachos, t...

#6 Tierra

Los perros nos llevaron a tus huellas como el invierno lleva a la primavera: con esperanza de encontrar vida. Llevabas cuatro días desaparecida y la tierra lo sabía. Y lo peor no era eso, sino que nosotros también éramos conscientes de que faltabas en el día a día y la garganta se me secaba cada vez que alguien pronunciaba tu nombre. Como si en realidad llevaras muerta un siglo. Como si no existieras desde hace tanto tiempo que habíamos olvidado que así era como te llamabas. La policía vino a mi casa aquella noche preguntando si te había visto. Yo le dije que sí muy convencido y es porque sabes que siempre mezclo los días y me creo que el martes y el miércoles son el mismo intentando tomarnos el pelo. Que nadie ha sido tan cruel como para meterle un día más a la semana y que el verano y el otoño son lo mismo también porque estamos en octubre y sigue haciendo veintisiete grados. Que digo yo que tu cadáver, si es que existe, estará muy a gusto con esta temperatura porque tú eres o er...

#5 Niebla

Aquella noche fuimos al lago como quien oye a las sirenas y va corriendo hacia el mar. Las dos cosas son agua, pero son totalmente distintas. En las dos te puedes ahogar, pero un lago, al menos, siempre es más pequeño, y eso te da una impresión falsa de seguridad. La red bajo los trapecistas en el circo o el arnés de seguridad mientras escalas no son nada comparados con lo que tú sientes al entrar al puto lago. Ni las piedras del fondo ni los peces que quieren comerse la piel muerta de tus pies te frenarán a la hora de meterte en el agua. Ni siquiera el frío ni la niebla. Ni siquiera que aquella vecina que conocía todo el mundo, de repente, un día se ahogara en aquellas aguas en las que tú te ibas a bañar. Ni siquiera eso te iba a parar. Estabas convencida. Primero, tenías la costumbre de introducir el dedo gordo del pie derecho como si fuera un termómetro de mercurio. Marcaba tres grados y yo me moría de frío solamente de escucharte. Las cangrejeras rosas con purpurina brillaban e...

#4 Confianza

El caballo galopaba tan fuerte que cada vez que pisaba el suelo, sonaba a costillas rotas o a balazo en el corazón. Hacía siete días que no se enfrentaba a nadie mediante un duelo, pero todavía recordaba cómo sonaban las pistolas al disparar. Tenías que entrenar para dar en la diana y no fallar. Solo había una oportunidad y no podías desperdiciarla porque eso significaba estar muerto. Los pulmones le dolían como si fuera él el que corría en vez del équido. Quería llegar ya al siguiente pueblo, a un lugar en el que nadie le conociera y empezar de cero. Estaba harto de tener que huir siempre, pero parecía que una especie de mala estrella lo perseguía desde pequeño. Todos los sitios a los que iba acababan siendo polvo, cenizas y ruinas. Y él, el único superviviente. Era como un agujero negro. Un jinete de la muerte. El sol demasiado cerca de Mercurio. Vertidos tóxicos en el mar. Si algo no le faltaba, era confianza. Tenía fe en que en la próxima localidad le iría mejor. Que se enamora...

#3 Otoñal

—No sé qué quieres que te diga —contesté. La verdad es que me había sorprendido la historia que me contaste y, en ese momento, a pesar de lo parlanchina que he sido siempre, me dejaste sin palabras. No sé si en tu lugar habría hecho lo mismo. Nunca me he visto en la situación de matar a alguien, por raro que te parezca. He matado muchas moscas, hormigas y cucarachas, pero supongo que las personas son distintas. Tienen cosas que crujen y cosas que sangran y hacen ruidos que los insectos no hacen. Gritan y ese grito se te mete dentro a vivir entre los jugos gástricos y a veces se te agarra al corazón y tira de él hasta provocarte la mismísima muerte. —No busco que me digas nada. De hecho, precisamente es eso lo que quiero: que no digas nada. Para ti todo era sencillo: desahogarte, limpiar tu conciencia. Vivir aquella tarde otoñal como si no hubiera ocurrido nada. Tomarte tu té caliente en la terraza de una cafetería mientras trasladas la ansiedad desde tu garganta hasta mis oídos. Mie...

#2 Arrullo

Elías se asomó a la ventana de su habitación. Era una habitación grande, pero estaba llena de cosas por todas partes de forma desordenada. La ropa inundaba cada rincón. Se podrían haber puesto cuatro lavadoras fácilmente. Pero nada de eso importaba en ese momento. Algo llamó su atención fuera de la casa. Su ventanal daba de cara al mar, al romper de las olas y a los peces nadando. Daba a la vida, que contrastaba perfectamente con toda la muerte que había dentro de él, de sus pulmones. Sacó medio cuerpo a través del hueco que se había creado al abrir la ventana. Era de esas que se abren hacia dentro girando la cremona hacia la derecha. Cerró los ojos y dejó que el viento le moviera el pelo como le diera la gana. Tenía una melena semilarga, castaña y ondulada. Su madre siempre le había dicho que se la cortara, pero ya no estaba allí para decirle nada. Ya nunca estaría. A veces, hacía eso de abrir la ventana y dejarse llevar por el arrullo del agua y los quejidos del viento, pero solo...

#1 Nubes

Jamás pensé que seguirías aquí después de lo que me dijiste. Que tu madre se había tragado un botón y tuviste que llevarla a urgencias para que le realizaran una faringoscopia porque estaba convencida de que todavía tenía un trozo dentro. No llegué a preguntarte qué había pasado con aquello, pero tampoco sé si quería saberlo. Creo que no. Lo importante es que estás aquí. Miro tu mano y veo las venas un poco mas gruesas en la parte del dorso que queda más cerca de la muñeca. Me pregunto si todos los glóbulos rojos que recorren tus manos cada día son conscientes de que pasan por ahí. Si son conscientes de la suavidad de las yemas de tus dedos y del vello dorado que cubre tu piel. Te miro a los ojos y solo veo nubes grises. No me queda claro si la tormenta se acerca o se aleja, pero yo no pienso huir. Te abrazo como si alguien fuera a venir al segundo siguiente para llevarte lejos de mí, como cuando un niño, en su primer día de colegio, se agarra fuerte a la pierna de su madre o de su...

Te llamo porque te echo de menos

Cogí el teléfono para llamarle. Marqué el número y apreté el botón verde, que era como si me empujaran por un barranco. Dio un tono y me lo cogió. —Te llamo porque te echo de menos —le dije, casi susurrando. La llamada se cortó. Ni siquiera le había oído respirar, pero prefería pensar que lo seguía haciendo. Volví a intentarlo. Un tono y me lo cogió. —Solo quiero saber si sigues respirando —le dije, tratando de ocultar mi angustia. Exhaló un suspiro y me colgó. Seguía respirando, así que yo también. Me puse a mirar por la ventanilla del tren. Aquel día había empezado con un cielo gris horrible, lleno de nubes oscuras que lo cubrían todo. En ese instante, había un sol tan espléndido que no pude observar el paisaje durante más de dos segundos seguidos. Volví a llamar. Un tono y me lo cogió. —Aquí hace sol —le dije—. ¿Allí hace buen tiempo? A través del teléfono, se oyeron unos pasos y el sonido de una ventana abriéndose. Lluvia fuerte y un trueno.  Y me...

Usurpadores de vida

Lucía estaba sentada en un banco que había en mitad de aquel jardín de girasoles. El color amarillo era tan intenso que no le dejaba pensar en azul. Llevaba una mochila negra, de un tamaño más pequeño que su pulmón derecho, en la que guardaba el tabaco y el mechero y poco más. Se la quitó de los hombros, la puso en su regazo y la abrió para darse un respiro llenándose de humo. Sebastián llegaba tarde. Otra vez. Lucía miró el reloj, diminuto y marrón, en su muñeca izquierda. Ya llevaba una hora y veinticuatro minutos esperándolo. Dio una calada, y dos y tres. Miró a los girasoles y trató de contarlos. Había más de uno, y dos y tres centenares de aquellas flores tan rebosantes de vida. Su alegría contrastaba de una forma melancólica y absurda con el cadáver del corazón de Lucía. Se cogió con fuerza uno de los lados del vestido azul oscuro que llevaba. Era gasa, semitransparente, veraniego, demasiado bonito. Estúpidamente bonito. Quería romper la tela. El cigarro, entre los dedos de ...

Make a worse situation

Saqué las llaves de mi bolsillo y aquel tintineo diabólico golpeó la puerta mientras introducía una de ellas en la cerradura. Giré tres veces hacia la derecha, deseando que Lilian no hubiera echado una vuelta más. Nada más atravesar la entrada, se produjo un golpe sordo, acaparando toda mi atención. —¿Lil? ¿Eres tú? —pregunté avanzando por el pasillo, con las llaves dentro de mi puño cerrado, preparado para golpearle a alguien en la cara si hiciera falta— ¿Lil? ¿Estás bien? Nadie respondió y yo me estaba poniendo muy nerviosa. Anduve un poco más, con sigilo, latiéndome el corazón más rápido a cada paso que daba. Intenté que nadie me oyera respirar, que nadie notara mi presencia, pero al llegar al salón me di cuenta de que lo que tenía que haber hecho era correr. Correr, gritar, llorar. Y es lo que empecé a hacer de inmediato al hallar a Lilian, mi preciosa Lilian, mi Lil, inconsciente en el suelo. Tiré las llaves y me arrodillé junto a ella, cogiéndola entre mis brazos y dándo...

Yo nací sirena

Un día, un pescador me encontró en el agua y me preguntó: —Princesa, ¿estás bien? ¿Qué haces ahí? Me quedé muy callada, extrañada. ¿"Ahí"? ¿Cómo que "ahí"? Pensaba que ahí y aquí eran lo mismo. Que todos habitábamos el mismo territorio, que nada nos diferenciaba. El hombre tiró de mí hacia arriba para sacarme del agua. Yo sentí cómo se me morían las escamas y cómo lloraban las estrellas de arriba y de abajo por mi mala fortuna. El pelo —mi pelo— ondeó al viento y me tapó los ojos. Creo que fue mejor así. Me quedé ciega, sin respiración y sin saber cómo volver a mi hogar. Me sentía perdida. Yo nací sirena. Pero supongo que nadie acaba siendo lo que fue en su origen. Podéis escuchar este relato locutado por Andreita Villaverde aquí .

El fabricante de mariposas

Imagen
Todo en aquella habitación era de madera. Incluso las bombillas. La magia que se respiraba allí tenía un color entre amarillo y rosa, pasando por el naranja, y con chispas verdes, azules y moradas aquí y allá. Un rojo que se transformaba en granate en las esquinas y un negro que se peleaba con el blanco por el gris. Y la nada. La nada era lo que más espacio ocupaba, aparte de la música. Una mariposa bailaba en el centro de la escena, acaparando la atención de los muebles y de la Luna. Vueltas y vueltas y vueltas dejaban caer suspiros de su boca como si de suaves plumas albas descendiendo a cámara lenta hasta el suelo se tratase. Parecía una bailarina de ballet de esas que hacen ver que no hay esfuerzo, de esas que te mueven lo de dentro y te hacen abrir los ojos y gritar "oh" o susurrarlo muy bajito, muy para ti. El viejo carpintero se rascó su calva cabeza por donde aún le quedaba algo de pelo canoso, tan blanco como la nieve (tan fría como su corazó...

Rutinas

Me acabo de acordar de que nunca me ha importado herir sensibilidades. Y es por eso que quiero contaros algo. Sé que me arriesgo a que corra de boca en boca como si de un chismorreo de la vecina del quinto se tratase. Bueno, bien mirado, yo soy esa vecina del quinto y, sí, soy yo quien va a iniciar todo esto. Nuestro protagonista está sentado enfrente de mí. Yo solo le observo, no hago nada malo. (A menos que comerse un sándwich de atún se considere algo malo porque odio el atún, pero no quedaban de otra cosa). Y bien, muriéndome del asco, observo, aún con más asco, al señor que tengo delante. Su pelo, lleno de mierda, le cae en mechones oscuros y pastosos a ambos lados de la cara y sus ojos, con la esclerótica amarillenta, parece que se le van a salir de la cara en cualquier momento. Los tiene muy abiertos y me da cosa mirarlos por si mi expresión facial imita la suya y no quiero que piense que me sorprende o que me da miedo, solo que me da asco. Tampoco es que yo me al...