#10 Conjuro
Los bosques por el día dan sensación de hogar, pero por la noche provocan miedo. Una rama partida en la lejanía equivale a una manada de lobos que acuden a despellejarte vivo. A rajarte la garganta de un mordisco y a verter tu sangre por el suelo como si quisieran realizar un conjuro para traer al mismísimo Diablo. Pero tú sabes que todo eso es mentira, que los lobos no pueden traer a los malos espíritus porque para eso hacen falta almas humanas y manos.
La luna te mira desde arriba, con la cara tan brillante que ilumina la tuya y, entonces, sonríes hacia el cielo porque entiendes que no hay lobos, ni monstruos, ni espíritus. Que el único ser maligno que hay aquí eres tú y te has quedado con la boca seca, sin ser capaz de hablar. Te arrodillas entre los árboles y pones las manos en el suelo, como si quisieras conectar con toda la naturaleza, pero solo sirve para que las hormigas trepen por las mangas de tu camisa. Respiras de una forma tan profunda que el aire ya no quiere dejarte, se va a quedar a vivir dentro de ti, tal y como ocurrió con todos los recuerdos sobre tu madre.
Le gustaba ponerse flores en el pelo y reír antes de meterse en el río. Te llevaba de la mano, te enseñaba el nombre de las plantas y bautizabais a las ardillas. Rigoberta ese día había salido corriendo al veros. Tú no entendías por qué, si ya erais casi como familia. La veías más que a tus tías y, sin embargo, huía en cuanto veníais. Pero ahora los árboles tenían otro color y el río ya no sonaba como antes. Las ardillas se habían escondido y las flores ya no crecían. Una rama partida en la lejanía equivalía a un corazón partido en la lejanía. Y por mucho que quieras usar pegamento, esa parte del árbol ya no tiene vida.
La luna te mira desde arriba, con la cara tan brillante que ilumina la tuya y, entonces, sonríes hacia el cielo porque entiendes que no hay lobos, ni monstruos, ni espíritus. Que el único ser maligno que hay aquí eres tú y te has quedado con la boca seca, sin ser capaz de hablar. Te arrodillas entre los árboles y pones las manos en el suelo, como si quisieras conectar con toda la naturaleza, pero solo sirve para que las hormigas trepen por las mangas de tu camisa. Respiras de una forma tan profunda que el aire ya no quiere dejarte, se va a quedar a vivir dentro de ti, tal y como ocurrió con todos los recuerdos sobre tu madre.
Le gustaba ponerse flores en el pelo y reír antes de meterse en el río. Te llevaba de la mano, te enseñaba el nombre de las plantas y bautizabais a las ardillas. Rigoberta ese día había salido corriendo al veros. Tú no entendías por qué, si ya erais casi como familia. La veías más que a tus tías y, sin embargo, huía en cuanto veníais. Pero ahora los árboles tenían otro color y el río ya no sonaba como antes. Las ardillas se habían escondido y las flores ya no crecían. Una rama partida en la lejanía equivalía a un corazón partido en la lejanía. Y por mucho que quieras usar pegamento, esa parte del árbol ya no tiene vida.
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