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Mostrando entradas de febrero, 2014

No sé qué ha podido pasar

—¿Pero cómo se te ha ocurrido, tonta, que podrías hacer realidad tus sueños, que podrías siquiera vivir? —Ah, sí, es verdad, perdón.

No tengas miedo

Entra.  No hace falta descalzarse para no hacer ruido. Solo entra. Da dos pasos, dos golpes en la puerta, dos pasos. Entra. Carraspea sigilosamente, sonríe cortésmente. Solo entra. Deshazte de tus errores en la puerta, deshazte en la puerta. Entra. Ven.

Me grita el corazón todo lo que no me llora la vida

Es triste que cuando necesites gritar tengas que esconderte. Porque entonces no estás gritando, estás susurrando mientras giras la cara hacia otro lado para que no te escuchen y encima el viento sopla muy fuerte y no deja oír nada. Y pasa un camión grande, que hace mucho ruido, pitando un montón y necesitas taparte los oídos. Pero siendo insuficiente todo eso, decides cerrar los ojos y alguien que pasa por tu lado en ese momento te empuja sin querer hacia la carretera, hacia el camión. ¿Y mueres?

Conjugación de doler

Ni siquiera el mar te cura los agujeros negros del alma cuando tienes heridas sobre las que escuece la sal.

Me he calzado las botas de la depresión

La música que suena en mis oídos ahora suena diferente porque la percibo diferente. Porque no es la música lo que cambia el estado de ánimo, es el estado de ánimo lo que cambia la música. La música, las películas, las palabras, las relaciones. Qué bonitos parecen los platos rotos a nuestro lado y eso que seguimos hablando de la misma mierda. Tengo los calcetines con agujeros de tanto andar con esto y solo me miro los pies por si me da por hacerlo como el resto, que yo quiero mi propio modo de caminar. Y parece que escupo frases inconexas como cuando se te revienta un bolígrafo y te manchas de tinta todas las manos. Y la cara. Y el jersey. Y manchas al de al lado, también. Y el suelo. Oh, el suelo. Oh, los platos. Que sí, que todo lo que escribo tiene sentido. Tiene sentido que sea escrito y tiene sentido para mí. Que no, que no estoy deprimida, que solo me gusta decir que no, pero a veces supongo que sí y estallan todos los cristales de mis ventanas. Que ojalá estallando t

Historias en el metro III

Hoy cuando he subido al metro, había una chica sentada en el suelo del vagón. A veces tienes que mirar desde abajo para observar lo que pasa en el mundo. Otras, solo estás cansada y no hay sitios libres o simplemente te es más cómodo trabajar desde ahí. Se llamaba (se llama) Sara y esto lo sé porque tenía un cartelito colgando del cuello que lo indicaba, porque era nosequé social o algo así. En ese momento me hubiera gustado ser esa chica, me hubiera gustado ser Sara. Alguna que otra vez he sido Sara en alguna de sus formas. Sara leía, hacía deberes de inglés y escuchaba música. Y me miraba. Y su mochila no era una mochila normal. Y yo imaginaba a Sara en su trabajo, a Sara en sus clases de inglés, intentaba imaginar qué libro estaba leyendo y si lo haría por gusto o medio obligada u obligada del todo. ¿Qué leías, Sara? ¿De qué era esa mochila? Porque no podía ser para ir a clase o para trabajar. ¿O sí? Por tu forma de vestir y por tu mochila diría que te gusta la escalada. Te ima

Los versos me miran mal al pasar porque ya no los recito

Ojalá supiera qué es lo que estás haciendo a cada instante porque no paro de arañar las paredes pensando que lo que acaricio es tu piel y tengo todas las uñas llenas de yeso y de pintura azul. Y nadie dijo que la vida fuera fácil, pero tampoco que fuera algo tan complicado como esto. Y es entonces cuando me fijo en lo que tengo entre las manos, aparte de suciedad: ese diario en el que escribíamos todos nuestros sueños imposibles y donde me dibujabas desnuda y a medio vestir. Ese diario al que le faltan todas las páginas que le arrancaste de raíz a aquel árbol semimuerto y avergonzado. Porque los árboles sienten vergüenza de todo aquello que les rodea, pero más si ese algo somos nosotros. No merecemos todo esto que nos está pasando, nos merecemos cosas peores, dolor de verdad, negro en los pulmones. Queremos morir con sabor a sal entre las pestañas y sin sangre y humo en el paladar, solamente colgando de una cuerda en el abismo de la equivocación inexorable e irreversible.

Quisimos ser extraños, no conocernos, pero nos salió mal

Hoy me he calado el pie derecho y he querido volar con un paraguas, pero el viento no ha querido ayudar. Hoy he conocido a tres personas cuyos nombres desconozco. Es curioso que esto me sorprenda porque normalmente cuando conozco a alguien y ese alguien se presenta, yo pienso: "Da igual, no hace falta que te esfuerces, no me voy a acordar, no vas a ser nada para mí". No vas a ser nada para mí. Muy segura yo de eso. Y creo que siempre acierto. No paro de aprenderme nombres que significan cosas, cosas muy importantes o cosas útiles, cosas a las que acudir o de las que huir, cosas de las que es mejor no saber nada, pero de las que conviene saber el nombre, cosas que duelen y cosas que te sacan una sonrisa. Hoy me han regalado esta canción:

A lo mejor todo se resume en que me obligo a vivir cuando al resto no le importa que viva

Voy a seguir imaginando que todo es más bonito de lo que es. Hasta que duela tanto que tenga que arrancarme cosas de la cabeza y tirarlas a los pies y dejarlas morir ahí, sin más. Sin recuperarlas nunca. Hasta que tenga que arrancarme cosas del corazón porque, sí, son cosas de la cabeza, pero por si acaso. Sin quererlas nunca. Ver cositas morir. Ver cositas morir sonriendo. Demasiado me río para lo puta que es la vida conmigo. A ver si me va a pasar algo. Ay, sí, que me pase algo.