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Pero es probable que no sea así

Me he pasado el verano asegurando que no te echaba de menos. Que lo que echaba de menos era la relación tan importante que tenía contigo, porque mi mayor miedo (o al menos uno de ellos) es no ser capaz de volver a tener eso con nadie en mi vida. Ni siquiera en una relación romántica (qué horror de término), que en el imaginario colectivo es más fuerte e importante que una de amistad. Para mí no. Para mí nunca lo ha sido y la mayoría de veces me gustaría pensar así. Soñar con el amor romántico, casarme y tener hijos y, sin embargo, no siento nada al respecto. Estoy rota, hay algo que no funciona en mí. Pero yo no venía a hablar de esto. Venía a hablar de ti. Otra vez. Debe ser ya la número mil quinientos treinta y siete, pero, eh, no te echo de menos. Me he convencido de que estoy mejor sin ti.

Pensamientos intrusivos

Acabo de ver una peli preciosa y lejos de sentirme bien, me siento más sola que nunca. Bueno, decir eso de "más que nunca" es exagerar porque he tenido muchas veces de pasarlo tremendamente peor, y aquí sí que no exagero. Mi sentimiento favorito es el de estar recién duchada y el menos favorito, el de estar enferma. Sí, para mí eso son sentimientos, estados de ánimo. Cuando estoy enferma, aparte de encontrarme mal, veo todo con una tristeza inmensa. Supongo que es injusto pensar que nadie me quiere o que no le importo a nadie cuando sé que sí, aunque mi cerebro se empeñe en hacerme pensar lo contrario. A eso se refieren cuando dicen lo de que si no te quieres tú, quién coño te va a querer. Destruyes todo porque sientes que no te lo mereces. También llega un momento en el que ni te esfuerzas, solamente te encierras en una burbuja y dejas que todo desaparezca. Cierras los ojos y suplicas mentalmente que alguien te salve, pero no ocurre nunca.

Un balazo en la yugular

Cada vez que tienes que hablar sobre cómo te sientes, te desintegras de la misma forma en la que una galleta se deshace si la aprietas demasiado con los dedos. Todas las costillas se convierten en flotantes y se te clavan en la garganta, impidiéndote hablar, decir nada. Todos los escarabajos muertos, atrapados en tu estómago, reptan por el interior de tu cuerpo hasta salírsete por los ojos en forma de lágrimas. Y solo puedes pensar en que te gustaría estar muerta, pero no tienes un seguro de decesos contratado y tu familia tendría que hacerse cargo económicamente de toda la movida.

Historias en el metro V

Más que una historia en el metro, lo de hoy es una historia en el tren, pero no deja de ser un trozo de realidad dentro de un vagón de un medio de transporte ruidoso y claustrofóbico que da igual cual sea, porque esto va sobre lo que viven las personas dentro de él y de lo que yo observo en ellas. Había una chica hoy hablando por teléfono con alguien sobre algo que le había pasado en el trabajo. No iba yo prestando mucha atención, primero porque no soy cotilla y segundo porque iba respondiendo a mis propias conversaciones y contando mis propias movidas. Pero lo poco que capté es que todos los que estaban en su trabajo habían quedado para comer porque alguien se iba (no sé si de la empresa o si de vacaciones), pero que nadie le había avisado a ella.  Por lo visto, trabaja en un departamento aparte, "lejos" del resto, y, además, está ella sola allí. Y nadie le dijo nada. Por lo visto, también, ha pillado a gente hablando mal sobre ella a veces cuando va a tomarse el ca

We're sorry, we thought you didn't care

Una forma de empezar mal un día es bebiendo en ayunas un vaso de zumo de naranja con ron. En un momento te sientes como la mismísima Florence Welch en la parte más rítmica de «100 years» y al siguiente estás en la puta mierda porque pensabas que ibas a estar sola en casa toda la mañana, que podrías dedicarte a bailar, a cantar y ser libre y, sin embargo, escuchas cómo unas llaves atraviesan la cerradura de la puerta principal de la casa. Como si esas llaves te atravesaran el puto estómago y el ron se hubiera disipado de golpe. Como si beber en ayunas no hubiese servido para nada.

Y así está bien

Es curioso cómo después de haber pasado años con alguien en tu vida, si ya no escuchas a esa persona, olvidas cómo era su voz. Cómo te decía ciertas cosas, la cadencia con la que lo hacía. Pero lo cierto es que se empieza con la voz y luego llegan otras cosas: ya no recuerdas cómo sonreía ni cómo te hacía sonreír a ti, tampoco la forma en la que te miraba porque ni siquiera recuerdas sus ojos. No recuerdas su cara, ni su olor ni que siempre solía vestir de negro. No recuerdas que llevaba anillos ridículos, que nunca sabía qué hacer con su pelo, que te quedabas en trance cada vez que punteaba un poco con la guitarra. No recuerdas que te trataba mal muchas veces, pero que te hacía sentir muy bien otras tantas. Que te componía algunos versos y tú te los creías. Que te pintaba con mil caras que nunca habían sido tuyas. Que te decía cosas que, según prometía, no decía a nadie más. Pero que no importan porque ni siquiera recuerdas su voz, ni cómo te decía ciertas cosas ni la cadencia con la

These spaces where people used to be

A veces creo que echo de menos tener astillas en el corazón y zumo de limón en los padrastros. Pero resulta que se está muy bien sin respirar bajo el agua: no tienes que pensar.