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Todos los días lo mismo

Extiendo la hora de acostarme como si fuera un chicle que se me ha quedado atrapado entre los dedos. Tengo que tener cuidado de que no se me pegue en el pelo porque eso ya me pasó de pequeña y me lo tuvieron que cortar. Los rizos no se llevan bien con esa sustancia mentolada y pegajosa y mi madre tampoco lo hizo. Yo es que no encuentro las tijeras y solo en mi habitación tengo como tres, pero si entro ahí sé que me tumbaré para siempre, aunque lo de dormir no va ligado a permanecer en horizontal. Ojalá fuera tan fácil como cerrar los ojos y desenchufar el cerebro. Por eso me dan envidia las máquinas. Tampoco tienen que comer ni ir al baño. ¿Por qué tuve que hacer en forma de ser humano? Yo solo quiero ser una pared a la que un día destruyan a mazazos y que no sienta nada cuando lo hagan.

«A veces, después de haber estado escarbando para encontrar la verdad, tengo ganas de volver a enterrarla»

Me gusta mucho el verbo «escarbar» en esa frase, es como que se lleva toda la atención de lo que dices y te produce un sentimiento extraño, como de incomodidad y al mismo tiempo, reconforta porque escarbar para encontrar la verdad implica hundir las manos en la tierra hasta toparse con las raíces de un árbol que creíamos enterrado, pero no confundamos «enterrado» con «muerto». Y no todas las raíces deben ser desenterradas porque si están ancladas al suelo, es por algo. 

Is the earth colored red?

Tengo las piernas tan blancas que no parecen las mías; y el corazón tan rojo que parece el mismo que hace siete años. Siete años y cierro los ojos y estoy en dos mil trece de nuevo. Me da pánico lo que siento. En estos momentos me doy cuenta de que en realidad mi vida sí ha avanzado, y lo ha hecho en tantos aspectos que es, al mismo tiempo, emocionante y aterrador. Son dos sentimientos que curiosa y normalmente van relacionados. Están entrelazados de manera eterna; su unión es irrompible, no como mi pecho. Bajo la piel tengo costillas que se clavan en las profundidades del océano que es ahora la sangre que rodea a este órgano tan importante y palpitante. Y no me importa. No me importa. El tiempo ha anestesiado mi tórax. Soy una cucaracha a la que le han arrancado la cabeza y continúa correteando. Porque así soy yo: sigo hacia delante aunque me falten partes del cuerpo.

Vomitando en el lavabo

El tiempo se me hace bola y de repente se está acabando mayo. Faltan exactamente veinticuatro días para mi cumpleaños, pero llevo meses sintiendo el pavor que me entra cada vez que llega ese momento. Y no es por el hecho de envejecer un año más —un día más, en realidad, qué ridículos somos— sintiendo que no he logrado nada en la vida, sino porque siempre me siento tan sola que me hundo sobre mí misma y me quedo como una pelota de papel albal. Normalmente, se maquilla todo eso con gente alrededor, algún «felicidades» suelto, yo misma intentando animarme de una forma ridícula y penosa, pero es que este año no va a pasar ni eso. Como siempre, nadie se acordará de mí, ni siquiera mis amigos, y, bueno, mi familia me llamará y eso está bien, pero no está bien tener la misma conversación siete veces seguidas. No sé, es darle vueltas a lo mismo trescientas treinta y cinco mil veces y llego a la misma conclusión todas ellas: a ninguna. Siento que el problema está en mí, pero no puedo evitar pen

Nos volveremos intocables

Hoy ha sido la tercera vez que he salido a pasear desde que nos dejan hacerlo. Me siento como la protagonista de un microrrelato que escribí hace años para el concurso de narrativa del colegio: atrapada en una distopía absurda en la que, entre otras cosas, la gente no podía salir a la calle siempre que quisiera; había unos horarios, algo así como cuando estás en una dictadura. A pesar de que intento salir lo menos posible, cada vez se me hacen más necesarios estos paseos, como si estuviera desarrollando una especie de drogodependencia hacia el acto de caminar. Ya no es algo básico, es un deseo inalcanzable, como una mansión en Beverly Hills. No sé, hace mucho que no me tocan el brazo mientras me hablan, un gesto que odio, pero que ahora mismo hasta echo de menos.

Si cayeran pétalos de tus ojos

Una vez conocí a una chica que tenía manos de hurón. Escarbaba en la tierra en busca de piñones y tenía dos girasoles por ojos. Podría jurar que el pelo le olía a sal y en las pestañas le descansaban pequeñas caracolas que habían sido arrastradas por el mar que habitaba en su pecho. Un día le oí susurrar muy bajito que había capturado una mariposa, con sus manitas de mustélido, y la había puesto en una urna de cristal para ver cómo se moría, lentamente y sin vergüenza. Las moscas salían de su garganta cada vez que hablaba y yo solo podía pensar en las alas muertas de aquel animal.

Déjame descansar

Mis agudos se parecen a los tuyos y a veces no distingo nuestras voces. El piano suena a la luz de las velas y nos da un La menor, que en tantas ocasiones te he cantado. Y, sin embargo, solo oigo el sonido de tu estómago rugiendo, pidiendo comida a pesar de haber desayunado hace dos horas.

Como un pájaro recién nacido

Se me va a caer la cabeza. Y, con ella, los ojos. Ya no sé lo que es dormir; no sé distinguir realidad de sueño ni de ciencia ficción. Si alguien me dijera que estamos bajo tierra, le creería salvo porque ahora veo la luz del sol. Ha amanecido hace unos minutos, pero para mí sigue siendo de noche. Siguen siendo las tres de la mañana y no puedo dormir. Mis vecinos ven una película con el volumen de la tele muy alto como hasta la una y media. Luego me acuerdo de alguien que ya no forma parte de mi vida. Espero que esté bien. Después, no es nada psicológico, me digo, sino físico, pero ya no estoy segura de por qué no duermo. Da igual, supongo. La cosa es que así no puedo seguir. Que los cristales se me clavan en los ojos, aunque ya no en el corazón. Supongo que es un paso hacia delante, pero yo me siento arrastrada por el barro. Solamente quiero salir. Pero ya no. Me da miedo.

La caracola es de cristal, pero no puedo atravesarla

La verdad es que me aterra todo lo que está pasando y ocupo todo el día en distracciones que me evaden de la vida en general. Prefiero no pensar en nada, no leer noticias y apenas hablo con nadie. Hoy he salido al balcón y ha vuelto a invadirme esa ansiedad que tenía cuando en mi casa de antes salía a la terraza a las tres de la mañana y me imaginaba saltando al vacío. Solo me siento bien cuando salgo con mi compañera de piso y está a mi lado aplaudiendo. Me alegra que a partir de ahora anochezca más tarde porque soy una persona más bien diurna, pero es de día cuando el exterior me da miedo. Me siento tan sola como siempre, pero ahora todavía más. Quiero llorar y no me sale. Le explico a la gente que no estoy bien, pero que estoy mejor que la semana pasada y a estas alturas no sé si es cierto. Solo quiero que esto acabe ya, pero a la vez no quiero pensar en ello. Ponerle fecha al fin es doloroso. He perdido la cuenta de los días y no sé qué haría sin Internet. En parte, me siento muy a

Somos seres de caparazón

La Tierra se rebela, aunque algunos dicen que es Dios el que pulsa el botón de la destrucción total y la verdad es que yo ya no sé en qué creer. Supongo que después del vigésimo primer día todo será más sencillo, por eso que dicen de que hacen falta veintiún días para crear un hábito. Para mí es el séptimo y estoy al borde del colapso. No me imagino en una cárcel ni en OT. Ya no. Al menos ellos tienen más estímulos y una casa más grande, aunque son más personas ahí dentro y yo lo que quiero ahora mismo es encerrarme en mi caparazón y no salir jamás. No quiero hablar con nadie en todo el día, solo quiero jugar a «Los Sims» hasta que el mundo acabe, y tampoco. Me aburro enseguida de las cosas. Pensaba que todo esto me daría ganas de escribir, de leer, de ver películas, de hacer cursos online, de hacer limpieza en el ordenador... Todo eso que tengo un poco dejado de lado y para lo que ahora mismo sería un momento estupendo. Pero no pasa. He empezado a ver «Ana y los 7» y cada vez qu