Vomitando en el lavabo

El tiempo se me hace bola y de repente se está acabando mayo. Faltan exactamente veinticuatro días para mi cumpleaños, pero llevo meses sintiendo el pavor que me entra cada vez que llega ese momento. Y no es por el hecho de envejecer un año más —un día más, en realidad, qué ridículos somos— sintiendo que no he logrado nada en la vida, sino porque siempre me siento tan sola que me hundo sobre mí misma y me quedo como una pelota de papel albal. Normalmente, se maquilla todo eso con gente alrededor, algún «felicidades» suelto, yo misma intentando animarme de una forma ridícula y penosa, pero es que este año no va a pasar ni eso. Como siempre, nadie se acordará de mí, ni siquiera mis amigos, y, bueno, mi familia me llamará y eso está bien, pero no está bien tener la misma conversación siete veces seguidas. No sé, es darle vueltas a lo mismo trescientas treinta y cinco mil veces y llego a la misma conclusión todas ellas: a ninguna. Siento que el problema está en mí, pero no puedo evitar pensar que es del resto —si no completamente, en un gran porcentaje sí—, que jamás voy a estar contenta y a sentirme bien con esa parte de mi vida, que jamás conseguiré lo que necesito de los demás y eso duele. Quizá sea la vez que más me he abierto en canal y ya a estas alturas de la vida no me parece tan terrible, aunque el sentimiento de pánico y de hacer el ridículo no creo que se me vayan nunca.

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