¿Alguna vez has disparado una pistola de verdad?
"¿Qué tiene de mérito que un muerto no respire?", te repites una y otra vez mientras aceleras cada vez más el paso. Te das cuenta de que cuanto más rápido piensas, más rápido andas y que es un círculo tan vicioso que temes que se te rompan las piernas por no poder seguir tu ritmo mental. Ese jadeo se convierte en auténticas bocanadas de dolor y el ardor de tus pulmones quema más que el alcohol más puro en la garganta. Y no paras. No paras. Y caminas. Caminas. Se te va cayendo la vida junto con los pantalones a cada paso, pero no puedes pararte. No puedes. No puedes perder tiempo. No puedes. Y es gracioso porque lo único que te persigue eres tú. Tú y tu cabeza. Miras a los lados esperando ojos que te recriminen el acto tan atroz que has llevado a cabo y solo te encuentras con la nada en las miradas de la gente, con la sonrisa esa tan absurda y tan callada. Sonrisas mudas que no dicen una puta mierda porque las ha puesto ahí cualquier gilipollas aleatorio. Y tú miras