"Que bebemos hasta morir y luego vomitamos".

Ella estaba vomitando en sus zapatos nuevos y él solo podía mirarla con una sonrisa contenida por el asco que le producía aquella situación. Estaba tan guapa, incluso así, que no podía dejar de mirarla. Su larga  y lacia melena caía hacia abajo en un intento suicida de mancharse con aquella mezcla rara de alcohol y bilis que había salido de sus entrañas y él tuvo el gran y delicado detalle de recogérsela.
—Joder, Beth, ya te vale. Había estrenado hoy estos zapatos, ¿sabes? Me había puesto guapo para ti. —Se rió como un gilipollas tras decir aquello, esperando que ella le dijera algo, pero la chica estaba muy ocupada intentando no morirse entre el ardor de las arcadas—. Te dije que no era buena idea tomarse todo eso, pero bueno, qué se le va a hacer.
—¿Te puedes callar de una puta vez? —Era la primera vez que Beth hablaba con él en toda la noche. Había conseguido unos segundos de tiempo entre una arcada y otra para poder decirle unas palabras—. Mira, tío, si quieres, vete. Vete.
Con el pelo de ella todavía entre sus enormes manos y a riesgo de ser asesinado por hablar, decidió dedicarle unas cuantas palabras más esa noche:
—Mira, Beth, no sé qué te pasa. Esta noche has estado muy rara, no eras tú. No has sido como sueles ser y creo que acabo de darme cuenta de que sé por qué. Él ha vuelto, ¿no? Tu padre está aquí, en la ciudad, ¿verdad? —Quizá se estaba arriesgando demasiado, estaba encendiendo cinco cerillas cuando le habían advertido que no jugara con el fuego. Liberó una de sus manos de la melena oscura de Beth para buscar un pañuelo en el bolsillo de su chaqueta con la otra—. No voy a dejar que te encuentre. Esta vez no. Esta vez estoy yo aquí, no tienes que huir —le dijo mientras intentaba limpiarle la boca, aunque ella se esforzaba (por cabezonería, nada más) en girar la cabeza—. Puedes quedarte en mi piso esta noche. Como ayer y antes de ayer...
Aquel silencio por parte de ella era lo más extraño de todo, pero a esas alturas, tras haber estado toda la noche callada, no llamaba tanto la atención que no hablara. Después de unos instantes, su bonita y diminuta boca se abrió para decir algo:
—Tom, no empieces.
—¿Que no empiece a qué?
—A vivir. Limítate a abrir los ojos y a cerrar la boca. No se te ocurra pensar en actuar. Actuar está mal, actuar es para tontos, para esos que tienen ya todo decidido y simplemente tienen que hacerlo. Es más divertido y emocionante quedarse de brazos cruzados. No, de brazos caídos, que si los cruzas, tienes que mantener la postura. ¿Entiendes lo que te digo? —No hizo ninguna pausa, no quería ninguna respuesta. Le daba miedo que él no entendiera—. Al contrario de lo que piensa la mayoría, si te quedas quieto, pueden seguir pasándote cosas, puedes seguir respirando. De verdad.
—¿Pero qué coño dices, Beth?
Eso era lo peor que le podía haber dicho. Eso era lo peor que podía pasar viniendo de la única persona que le importaba: que no la entendiera, que la tratara como si estuviera loca.

Le daba miedo que él no entendiera.




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