¿Alguna vez has disparado una pistola de verdad?
"¿Qué tiene de mérito que un muerto no respire?", te repites una y otra vez mientras aceleras cada vez más el paso.
Te das cuenta de que cuanto más rápido piensas, más rápido andas y que es un círculo tan vicioso que temes que se te rompan las piernas por no poder seguir tu ritmo mental. Ese jadeo se convierte en auténticas bocanadas de dolor y el ardor de tus pulmones quema más que el alcohol más puro en la garganta. Y no paras. No paras. Y caminas. Caminas.
Se te va cayendo la vida junto con los pantalones a cada paso, pero no puedes pararte. No puedes. No puedes perder tiempo. No puedes. Y es gracioso porque lo único que te persigue eres tú. Tú y tu cabeza. Miras a los lados esperando ojos que te recriminen el acto tan atroz que has llevado a cabo y solo te encuentras con la nada en las miradas de la gente, con la sonrisa esa tan absurda y tan callada. Sonrisas mudas que no dicen una puta mierda porque las ha puesto ahí cualquier gilipollas aleatorio. Y tú miras y no ves nada.
Tragas, con cierta dificultad, saliva que sabe a sangre. Y te preguntas si es que eres tú, y no la saliva, la causante de esa sensación. Te preguntas si de verdad había sido necesario todo aquello, si aquella muerte era uno de esos medios que estaba justificado por el fin. ¿Por qué fin? Sabes que realmente no hay ninguno. Que has matado sin razón y sin cerebro.
Cuatro puñaladas y un disparo en plena frente y aún respiraba en tu cabeza. Sus gritos habitaban en tu estómago junto a las mariposas muertas de miedo y el alcohol caducado de anoche. Y las pastillas, claro. Un puto bote entero. Y otro.
"¿Qué tiene de mérito que un muerto no respire?", te repites una y otra vez mientras aceleras cada vez más el paso.
Y es que tú necesitas que todo eso pare. Que todo eso pare. No sabes cómo, pero, agradecida, observas que ha llegado a tu mano una pistola. Y no paras de caminar hacia un abismo en forma de cucharada de matarratas mental. Entonces apuntas bien porque entre tanto pensamiento es difícil encontrar el que buscas y no quieres reventar los sueños bonitos ni las palabras sentidas. O sí.
Ya no sabes dónde pisas, el puto pulso te tiembla tanto que pareces una loca con párkinson. Que pareces una loca. El gatillo es de la talla de tu dedo y te susurra cosas tiernas que nadie ha sabido decirte anteriormente. Y tú lloras por la emoción del momento, que nadie crea que es porque quieres morir. Se te cae la baba con tanta lágrima y solo eres patética.
Que tú solo quieres decir que ojalá nunca. Que nunca siempre, que eso para qué. Y te paras un momento porque crees que llevabas un rato sin espirar y se te había acumulado el aire en lo de dentro. Y aprietas con desgana y temblando para que una bala atraviese tu cráneo y te dibuje con sangre en la pared. Y te dibuja. Un dibujo tan perfecto que no puedes hacer otra cosa que mirarlo fijamente mientras finges que no mueres.
"¿Qué tiene de mérito que un muerto no respire?", te repites, por última vez porque así lo has querido, ahora en voz alta.
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