Hola, soy tu vida, que no tu menstruación
—Toc, toc. —¿Quién es? —La vida, que vengo a sucederte. Así empezó todo, una mañana cualquiera, en un hospital cualquiera, nació un niño cualquiera. O niña. No sé, nació una persona cualquiera. Le dieron un nombre, una familia, un grupo sanguíneo y un color de piel. Y él (o ella) sin pedir nada de eso. Casi le dan una religión obligada también, pero por unos pocos minutos le tocó nacer en otro país diferente. En otro continente y todo. Con costumbres diferentes. Y la comida, oh, la comida. Bueno, al principio, y si tenía suerte, tendría la misma comida que cualquier otro bebé. Y entonces vendrían todas las cosas nuevas: el primer baño, la primera papilla, aprender a caminar, el primer juguete, el primer diente (qué hijoputa, qué daño hace, ¿verdad?), la primera palabra... Y, sin saber casi ni cómo ha sido posible, tiene ya una edad para pensar, para saber que lo que hace está mal o está bien o no está o está demasiado. Que ciertas compañías son mejores que otras. Que es buen