Hola, soy tu vida, que no tu menstruación
—Toc, toc.
—¿Quién es?
—La vida, que vengo a sucederte.
Así empezó todo, una mañana cualquiera, en un hospital cualquiera, nació un niño cualquiera. O niña. No sé, nació una persona cualquiera. Le dieron un nombre, una familia, un grupo sanguíneo y un color de piel. Y él (o ella) sin pedir nada de eso. Casi le dan una religión obligada también, pero por unos pocos minutos le tocó nacer en otro país diferente. En otro continente y todo. Con costumbres diferentes. Y la comida, oh, la comida. Bueno, al principio, y si tenía suerte, tendría la misma comida que cualquier otro bebé. Y entonces vendrían todas las cosas nuevas: el primer baño, la primera papilla, aprender a caminar, el primer juguete, el primer diente (qué hijoputa, qué daño hace, ¿verdad?), la primera palabra... Y, sin saber casi ni cómo ha sido posible, tiene ya una edad para pensar, para saber que lo que hace está mal o está bien o no está o está demasiado. Que ciertas compañías son mejores que otras. Que es bueno compartir, pero no en exceso, que luego abusan de él (o de ella, recordemos). Que hay que sonreír, pero que no se tiene que avergonzar de llorar. Y que hay que saltar, gritar, cantar y reír. Y muchas cosas que vendrían después, pero que no voy a relatar, cada vida es diferente. Y, joder, que se muere. Que de repente se muere. ¿Por qué? Era buena persona, tenía una familia y unos amigos que le querían, pero, mira, que la vida no perdona ni en el final. Y cuanto más trágico sea, mejor, que así nos lo ha enseñado Hollywood y toda esa gente, ¿o no? Bueno, los de Hollywood se basaron en otras personas de épocas pasadas que ya escribían tragedias antes de que se inventara nada. Y, que nada, que fin. Qué cosas más tristes. Ahora a dormir. O a vivir. No sé.
Comentarios
Publicar un comentario
¿Algo que quieras compartir?