Vivir en un arcoiris

Hoy os voy a contar mi tarde en Aravaca. 
Aravaca es un cacho de pseudociudad en un cacho de campo dentro de una ciudad.
Me explico: Aravaca es una especie de pueblo en  mitad de un paraje verde y precioso en medio de Madrid, aunque supuestamente es un barrio madrileño (al menos así lo indica nuestra amiga la Wikipedia).
Al parecer está lleno de pijos que viven en chalets muy bonitos y que miran a la gente con aires de superioridad y secretando 1,5 ml. de gilipollez por cada poro de su piel, pero alguno se salva.

Yo, al no tener coche, tengo que hacer uso del transporte público para ir a cualquier sitio y es por esto que mi madre se ha aprovechado vilmente y me ha hecho ir a mí para no tener que coger ella el coche y para irse a comer con una amiga. Y yo no he podido quedar con un amigo para pasar el día en Madrid con él. Al menos, cosa que me ha sorprendido, mi madre me ha dado cinco euros por ir a hacer la entrega. 

Odio con todo el alma hacer transbordo en Atocha porque hay demasiados andenes (y porque hace mucho frío, pero esto es secundario). Y lo más gracioso de todo es que para ir a donde yo iba se podía ir por dos andenes (mínimo) totalmente diferentes. Ahí, Atocha liando al personal. Menos mal que un niño adoptado me ha salvado la vida (en parte). No, realmente no me la ha salvado porque yo iba bien.

Una vez allí, en Aravaca, llegaba lo más complicado: preguntar por una calle. Se suponía que, según Google Maps, había un autobús que te llevaba a esa calle, pero mi madre llamó a la chica a la que tenía que llevarle eso y ésta le dijo que no había buses y que se llegaba en diez minutos caminando. MENTIRA Y GORDA. Sí que había. Porque otra cosa no (como gente o carteles que sirvan para orientarte), pero paradas de bus había por un tubo. De todos modos, la poca experiencia que he tenido con los buses no es muy buena (no sé usar un autobús, ¿vale?), así que prefería ir andando. Tampoco he tenido nunca buena experiencia preguntándole a la gente (en general) por sitios a los que necesitaba ir en momentos concretos de mi vida, así que era lo que más me aterraba, que nadie supiera indicarme. Y, cómo no, mis sospechas se confirmaron. 

Les pregunté a cuatro o cinco personas y nadie sabía. Incluso di con una chica que no hablaba español. QUÉ RARO, EXTRANJEROS EN MADRID -ironía-. Si lo raro es encontrar gente madrileña (o que hable castellano) en Madrid. Ojo, que a mí me encanta que esté la ciudad repleta de extranjeros, pero no cuando necesitas indicaciones, me cago en la puta. Total, que la chica me dijo que no hablaba español y al contestarla yo en inglés me dijo que si se lo preguntaba en inglés lo mismo podía ayudarme. Hasta lo miró en el GPS del móvil y todo. Y me dijo (en inglés, claro): "Son 25 minutos desde aquí. Solo puedo decirte eso, lo siento". Pues no me sirvió de nada, pero, oye, más maja que toa las cosas. Seguidamente le pregunté a un matrimonio que, ATENTOS, supo indicarme el principio del camino que debía tomar para llegar a mi destino, pero el "pero tienes bastante para llegar, ¿eh?" me desanimó un poco. Ni eran diez minutos y sí había buses, pero seguía prefiriendo ir andando. Además, me apetecía caminar por esos lares (aunque a la vez me aterraba la idea de estar perdida) porque me gusta ver sitios nuevos. Siempre digo que me gustaría conocer todas las estaciones de tren y de metro (o, al menos, la mayoría). Hoy tocaba Aravaca y la semana que viene me toca Pozuelo.

Total, que comencé mi camino y llamé a mi madre para echarle la bronca por meterme en esas movidas y para contarle mi experiencia. Coño, había hasta practicado inglés y todo (la chica tenía un acento genial y se le entendía todo *__*). Y, de paso, le pregunté si ya estaba en casa para que me hiciera de GPS (a pesar de que me da miedo la inutilidad de Google Maps, casi al mismo nivel que la del traductor). Después de zonas de bosque y carretera, unas cuantas calles cuasidesiertas con chalets y establecimientos y demás mierdas varias, conseguí llegar al sitio que tenía que ir, entregué eso, cobré y me fui. Cada vez que pienso que he gastado cuatro horas de mi vida para entregar una cosa en unos cinco minutos...

Al volver a la estación fue cuando la lié. Como di un poco de vuelta  para ir ya no sabía por dónde debía volver, así que de nuevo tenía a mi madre de GPS. Qué pena que el puto inútil de Google Maps no contemple ciertos elementos que sí existen. Pues bien, me perdí. Y encima no había nadie por el campo (iba a decir "la calle", pero a una acera al lado de una carretera rodeada de plantas y una especie de arroyo no le puedo denominar "calle" por más que Google Maps lo haga). Me acerqué a unos chalets ligeramente alejados de la zona donde me encontraba y varios minutos después apareció un matrimonio que me salvó la vida, porque ellos fueron quienes me indicaron cómo volver a la estación de tren.

Al llegar allí casi deseaba que saliera alguien y me preguntara por alguna calle, para que sintiera la misma frustración que había sentido yo antes, pero no. La verdad es que en parte me había gustado ir. Era una zona que no conocía y bastante bonita y tranquila. Había una farmacia que era un chalet, un chalet precioso, con la fachada y el tejado cubiertos de plantas. Y había un montón de plantas que me recordaron a mi infancia. Las amapolas me recuerdan a mi infancia. Cuando era pequeña, mi padre me llevaba al campo (lugar indefinido porque no sé a dónde coño me llevaba) a coger flores para mi madre mientras ella estaba trabajando. Y había muchas amapolas y margaritas y dientes de león. Y espigas, que mi padre me las lanzaba al jersey como si fueran dardos para que se me quedaran pegadas. Recuerdo que siempre me pasaba las amapolas por la cara y mi madre me regañaba porque decía que salían granitos. He aquí por qué las amapolas, los dientes de león, las espigas y las margaritas son tan especiales para mí.

Volviendo en el tren había un chico rubio que me estaba poniendo de los nervios porque de vez en cuando clavaba sus ojos en los míos. Me pone muy nerviosa que la gente me mire. Debería llevar un cartel que lo dijera, pero, claro, seguramente conseguiría el efecto contrario al deseado. También había un señor unicejo. Cuando paró el tren en la parada anterior a la mía, el rubio se puso a hacer una foto al andén y eso me recordó que yo había sacado una foto de ese andén un día. Pero no me había fijado en por qué había hecho él esa foto y me di cuenta algo después. Había un arcoiris. Un arcoiris precioso. Hacía años que no veía un arcoiris. Y en ese momento mi imaginación se desató. Pensaba en cómo sería vivir dentro de un arcoiris, en qué se sentiría. Era una pena que a medida que avanzaba el tren el arcoiris fuera desapareciendo por una parte. Siempre me han encantado los arcoiris. Sueno a niña loca de cinco años con arcoiris y ponis de juguete, pero es que yo era así. Más o menos.

No sé si cinco euros compensan todo esto, la verdad. Lo único que lamento es no haber hecho fotos, pero con perderme ya me ha valido.

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