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Mostrando entradas de septiembre, 2013

Soy muy de arrancarle la energía a la vida

Y guardarla en un cajón para que no vuelva a salir nunca más. Entonces viene alguien, un alguien curioso, y abre el cajón, saca esa energía y me la incrusta, quiera o no. Porque, yo qué sé, ese alguien hasta cierto punto lo tiene permitido. Y entonces bailo. Le bailo a la vida. Bailo con la vida. Bailo la vida.

Historias en el metro

Echaba de menos escribir sobre sucesos reales y no sobre sentimientos tontos y absurdos a los que no les sé dar más explicación que estas palabras que están por aquí de vez en cuando. Sentimientos que, afortunadamente, no llegáis a captar del todo o nada. La historia de ayer tuvo lugar en el metro por la mañana. Oí sin querer un trozo de una conversación que estaba teniendo lugar justo a mi lado. Los que hablaban eran un chico y una chica que compartían barra de agarre conmigo y, bueno, parecían buena gente. Ella mencionaba que nunca había tenido amigos como tal, que nunca los ha tenido (le hizo la aclaración al chico de que hablaba exceptuándole a él), que siempre en el instituto y en el colegio la gente había quedado sin ella. A mí me entraron muchas ganas de decirle: "Hola, soy Andrea y a mí sí me gustaría ser tu amiga". Pero volvemos a lo de siempre, a aquello que ya comenté una vez: no puedes acercarte a cualquier persona y presentarte sin más y menos decirle esto. A

Cáscara de huevo

Crees que todo es lo mismo. Que todo se repite. Que caes al vacío. Y caes y caes y caes. Crees que le importas a alguien. Que estará ahí. Que vive por y para ti. Y caes y caes y caes. Crees que crees. Quieres creer que quieres creer. Y caes en que caes. Y caes y caes y caes.

Breaking Bad

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El traqueteo del tren indicaba que la velocidad disminuía según aquellos árboles se acercaban a nosotros. O nosotros nos acercábamos a los árboles, no sé. El corazón me palpitaba a un ritmo totalmente inverso al de aquel recorrido que estaba a punto de terminar. La garganta me pedía agua a gritos y yo ni siquiera oía un pequeño susurro. Mis manos buscaban tontamente algo a lo que agarrarme. Necesitaba aire. —Disculpe... —oí decir, creo que a mí. Apartaba a la gente a empujones, necesitaba llegar a algún sitio. Todavía no sabía a dónde. Debilidad extrema era lo que estaba experimentando y, mientras, arrastraba las uñas por aquellas paredes, por aquel vagón. —¿Dónde estamos? —escuché de nuevo. Era yo. ¿Era yo? No podía ser otra persona. Estaba sola en aquel sitio.  Giré tantas veces la cabeza hacia un lado y hacia el otro que no sé cómo no acabé mareada. Ah, sí, porque ya lo estaba. —¿Hay alguien ahí? —Pensaba que nunca diría esa frase. Sé de buena tinta que no se debe dec