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the death of springtime

flowers in my ribs fire in my bones I try to sleep at night thinking of your tongue 'You don't deserve to die' you said tonight 'You don't deserve to love' is what you talked fire in my ribs flowers in my thoughts I tried to sing one day, I saw a lot of wolves 'They think I'm beautiful' I said to you 'They think I'm useful' is what I thought

Me arrancaste una costilla y no al revés

A veces, te siento bajo la piel como una aguja en un análisis de sangre, y me tengo que tumbar porque me mareo. Me pasa, sobre todo, cuando alguna canción me transporta a tus pulmones y a la guerra que había dentro de ellos. No sé cómo describirte la sensación de pánico que experimento cada vez que veo a alguien de espaldas que se parece a ti, ni el alivio que siento cada vez que compruebo que no eres tú. No sé cómo contarte que huyo de desconocidos porque llevan tu nombre. No sé cómo decirte que se me para el corazón cada vez que algo me recuerda a ti. Solo sé que cuando nos separamos, dejé parte de mí contigo (tanto que ya no sé quién soy).

Como cuando le quitas las pilas al mando de la tele

Quisiste meterme el dedo en la llaga, pero no sabías cuál de ellas elegir. Por eso, me agarraste el corazón con un puño, dejando un hueco negro y sangrante en su lugar. "Sé que esto va a matarte, pero créeme, me duele más a mí", quise pensar que dijiste. Pero sé que no lo dijiste. Blanca, como la Luna en el cielo, te miré sin comprender por qué me dolía tanto —por qué me dolías tanto—, si solo te habías llevado una parte de mí; el resto seguía entero.

Te espero con una manta que me tapa la cara para que no me reconozcas

La próxima vez que pises Madrid, ven a verme. Como cuando te dejas la nevera un poco abierta sin querer y tienes que volver a la cocina solo para cerrarla. Como cuando te tropiezas con un trozo de la acera que está roto y falta o sobresale. Como cuando buscas desesperadamente qué piezas van en las esquinas de un puzle para poder empezarlo. Como cuando subrayas todo el texto en amarillo por un acto reflejo muy absurdo que te obliga a destacar todo para que le hagas caso y confirmes que existe. Que esas palabras son reales y que no se pueden ir nunca. Pero, por favor, por favor, nunca vengas a verme como cuando se va al cementerio a cambiar las flores de un muerto, porque entonces significará que todo esto ya no existe.

No logro coger aire

A veces no puedo respirar como cuando te tragas un chicle al ir a decir algo o como cuando te entra la tos y tragas la saliva y te empiezas a ahogar. Supongo que es el mismo sentimiento que cuando pienso en cosas (gente) del pasado, el mismo nudo que se me forma ya no en el estómago, sino en el alma y en el cuerpo, cada vez que tengo que ir a algún sitio a hacer algo que creo que es importante. Es la misma forma de ahogarse que cuando estás mucho tiempo bajo el agua cronometrando cuántos segundos aguantas sin respirar, porque a veces nos gusta hacer como que morimos, pero sin llegar a hacerlo. Te juro que es lo mismo que cuando estás arriba, muy alto, en un ascensor transparente y miras abajo y ya no quieres volver a mirar nunca más. Que es igual que cuando te dan un susto y se te para el corazón, pensando, por un momento, que te has muerto. Que es similar a cuando inflas un globo y te mareas porque ya no puedes soplar más. Te digo que se parece a cuando te dan un abrazo muy fuerte y

Te llamo porque te echo de menos

Cogí el teléfono para llamarle. Marqué el número y apreté el botón verde, que era como si me empujaran por un barranco. Dio un tono y me lo cogió. —Te llamo porque te echo de menos —le dije, casi susurrando. La llamada se cortó. Ni siquiera le había oído respirar, pero prefería pensar que lo seguía haciendo. Volví a intentarlo. Un tono y me lo cogió. —Solo quiero saber si sigues respirando —le dije, tratando de ocultar mi angustia. Exhaló un suspiro y me colgó. Seguía respirando, así que yo también. Me puse a mirar por la ventanilla del tren. Aquel día había empezado con un cielo gris horrible, lleno de nubes oscuras que lo cubrían todo. En ese instante, había un sol tan espléndido que no pude observar el paisaje durante más de dos segundos seguidos. Volví a llamar. Un tono y me lo cogió. —Aquí hace sol —le dije—. ¿Allí hace buen tiempo? A través del teléfono, se oyeron unos pasos y el sonido de una ventana abriéndose. Lluvia fuerte y un trueno.  Y me col

Poema inacabado

Tienes los ojos negros como cuando el corazón se pudre, y nos separa un hilo tan fino como el que cae de sangre de tu boca (porque te he apuñalado) cuando hablas. Las tormentas se vuelven hormigas a tu lado, con ese corazón tan roto que ya no hace «tic-tac» (error mío por creer que es un reloj), que se ha parado.

Que no te has partido en dos

Quiero saber que estás bien. Que la calma ha llegado a ti. Que los latidos se han ralentizado. Que la amargura en tus papilas gustativas ya no es tal. Que no te has clavado un martillo en un ojo. Que no tienes las uñas rotas de rascar (de rascar el ataúd en el que te enterré). Que puedes aguantar la respiración durante uno, dos, tres segundos y luego soltarla sin parecer que llevas toda la vida aguantándola. Quiero saber que estás. Bien, quizá esto no sea del todo cierto, pero quiero saber que estás. Que sigues existiendo. Que no te imaginé: que no eres otro de los personajes de los cuentos que inventé. Esos en los que todo el mundo sufre y hace sufrir. Esos en los que hacerse heridas es lo importante y cicatrizar, lo secundario. Esos en los que cuanto más se sangre, mejor. Que cuanto menos se lata, mejor. Que tus latidos no se han ralentizado (tanto, digo). Quiero saber... Mil cosas, la verdad, pero a la vez, ninguna. No quiero saber nada de ti, solo que estás, que estás bien

A los gusanos

A mí que me escriban cuando ya me haya muerto. Cuando no pueda decir que sí, que me está destrozando lo que me cuentan. Que las palabras me cortan más que un cuchillo en el cuello que me impide respirar por si al moverme me rajo y me desangro. Y muero. Suelto el aire de golpe y despierto de la ensoñación que me tiene atrapada pensando en la muerte así. Qué agobio. A mí que me escriban cuando me quieran hacer tiritar, pero no de miedo. Cuando quieran que el vello se me erice y me dé un escalofrío que me aleje de la desgracia y me haga sentir un poquito feliz. Que sea como cuando alguien conoce tu canción favorita y la pone solo para animarte, para verte sonreír. Para bailar. Suelto el aire de golpe y me da pena no ser así de feliz ahora mismo. Me ahogo. A mí que me escriban cuando no sepan qué decirme, pero me lo quieran decir todo. Cuando el nudo en la garganta sea más fuerte que en los cordones de los zapatos. Que se te atraganten las palabras y tengas que carraspear, que no

Donde nos convertimos en ceniza

Nos encontramos en un punto en el que pensamos que ya no tenemos que ser salvados, pero solo porque sabemos que nadie nos va a salvar. Damos por hecho que nadie va a ser lo suficientemente poco cobarde, poco miserable y poco egoísta como para echarnos un cable y que no sea al cuello. Que nadie va a tendernos la mano durante más tiempo del que tardamos en tender nosotros la ropa. Damos por hecho que nadie se va parar a sacar un paquete de pañuelos, que nadie va a levantar un brazo sobre nuestra espalda y no va a ser para apuñalarnos, que en esas manos no había puñal, sino afecto y ganas de arropar, de arreglar la desdicha. Damos por hecho que todos se reirán de nosotros si mostramos que somos humanos porque nacimos para ser peces muertos en el mar: para flotar. Porque nacimos para ser cenizas, no para saber cómo sobrevivir al fuego.

Te lloro

Te lloro como a un muerto de vez en cuando,  como si me hubieras arrancado el corazón, como si te lo hubieras llevado con el pulmón izquierdo, y las costillas tal vez. Te lloro como si me hubieras dado solo vida y no también muerte, como si pudiéramos volver a existir, como si una parte de mí estuviera siempre contigo. Te lloro como si algún día se pudiera recuperar el ave fénix de las cenizas, como si al cortar una cabeza, salieran dos, como si me quisieras (destruir) de nuevo. Como si me hubieses querido alguna vez, te lloro.

Usurpadores de vida

Lucía estaba sentada en un banco que había en mitad de aquel jardín de girasoles. El color amarillo era tan intenso que no le dejaba pensar en azul. Llevaba una mochila negra, de un tamaño más pequeño que su pulmón derecho, en la que guardaba el tabaco y el mechero y poco más. Se la quitó de los hombros, la puso en su regazo y la abrió para darse un respiro llenándose de humo. Sebastián llegaba tarde. Otra vez. Lucía miró el reloj, diminuto y marrón, en su muñeca izquierda. Ya llevaba una hora y veinticuatro minutos esperándolo. Dio una calada, y dos y tres. Miró a los girasoles y trató de contarlos. Había más de uno, y dos y tres centenares de aquellas flores tan rebosantes de vida. Su alegría contrastaba de una forma melancólica y absurda con el cadáver del corazón de Lucía. Se cogió con fuerza uno de los lados del vestido azul oscuro que llevaba. Era gasa, semitransparente, veraniego, demasiado bonito. Estúpidamente bonito. Quería romper la tela. El cigarro, entre los dedos de

Las perlas para las ostras

Saturno devoró a sus hijos, pero no una vez ni dos, sino infinitas. Se tragó las estrellas, las escupió y te las clavó en los ojos. "Para que tengas algo de luz", te dijo. "Para que sientas que tienes algo que brilla". (Porque en realidad no vales nada). Oculto a los ojos de los grandes, le miraste a los suyos y dijiste: "Padre, yo no quiero estrellas, quiero mares. Los ojos me lloran, no quiero brillar jamás". Lo desafiaste, te enfadaste y gritaste. Y nos ahogaste a todos en el azul.

como puñales

los pétalos de rosa se caen al suelo porque están muertos y el agua del río acaba arrastrándolos como cadáveres olvidados, como si nunca hubieran existido porque quién piensa en pétalos muertos cuando tiene flores vivas quién piensa en el sol ardiendo cuando la nieve pisa ni siquiera te preocupan las arañas que pisan poco a poco tu garganta —tu ataúd— ni siquiera las lombrices que se están comiendo tus entrañas lo de dentro nunca te ha importado lo de fuera, casi menos pero da igual, porque ya nada tiene sentido ya nada necesito porque te has ido

Make a worse situation

Saqué las llaves de mi bolsillo y aquel tintineo diabólico golpeó la puerta mientras introducía una de ellas en la cerradura. Giré tres veces hacia la derecha, deseando que Lilian no hubiera echado una vuelta más. Nada más atravesar la entrada, se produjo un golpe sordo, acaparando toda mi atención. —¿Lil? ¿Eres tú? —pregunté avanzando por el pasillo, con las llaves dentro de mi puño cerrado, preparado para golpearle a alguien en la cara si hiciera falta— ¿Lil? ¿Estás bien? Nadie respondió y yo me estaba poniendo muy nerviosa. Anduve un poco más, con sigilo, latiéndome el corazón más rápido a cada paso que daba. Intenté que nadie me oyera respirar, que nadie notara mi presencia, pero al llegar al salón me di cuenta de que lo que tenía que haber hecho era correr. Correr, gritar, llorar. Y es lo que empecé a hacer de inmediato al hallar a Lilian, mi preciosa Lilian, mi Lil, inconsciente en el suelo. Tiré las llaves y me arrodillé junto a ella, cogiéndola entre mis brazos y dándo

espera, no eres quien yo creía

tienes galaxias entre las costillas y rubor en las mejillas tienes fuego en los dedos, junto a tus anillos (de Saturno) tienes pintura en la lengua (te vas a morir) la química dice que te vas a morir tienes torpeza e insomnio y sábanas de color negro tienes tres ovejas en una cabaña y yo no tengo nada, nada, nada tengo vida tengo vida tengo vida no, no tengo vida tengo miedo ¿te queda valor?

Holoceno

Puede que ya esté bien de tanto escribir, que ya son seis años aquí, quién lo diría: seis años sangrando. Seis años con cadenas en los pies, prisionera en un pozo lleno de ratas. Seis años de vomitar en un cubo gigante, de llorar por dentro, de apuñalarme los ojos y morderme el interior de las mejillas. Pero es que en realidad no son seis años, porque lo de escribir, lo de sangrar, lo de las cadenas y el pozo y el vomitar no son de ahora. Son de siempre. Son elementos atemporales, independientes o dependientes de mi malestar; independientes o dependientes de mi bienestar. Porque escribir siempre me ha gustado, siempre lo he necesitado, siempre me ha permitido ser libre y mejor, a pesar de que también me haya ayudado a sentirme prisionera y estar peor, pero eso no tiene nada que ver con escribir (lo primero sí). Solo quiero deciros que no voy a parar. Y da igual los metros que tenga ese pozo y lo fuertes que sean esas cadenas. Siempre habrá libertad.