Que no te has partido en dos

Quiero saber que estás bien. Que la calma ha llegado a ti. Que los latidos se han ralentizado. Que la amargura en tus papilas gustativas ya no es tal. Que no te has clavado un martillo en un ojo. Que no tienes las uñas rotas de rascar (de rascar el ataúd en el que te enterré). Que puedes aguantar la respiración durante uno, dos, tres segundos y luego soltarla sin parecer que llevas toda la vida aguantándola.

Quiero saber que estás. Bien, quizá esto no sea del todo cierto, pero quiero saber que estás. Que sigues existiendo. Que no te imaginé: que no eres otro de los personajes de los cuentos que inventé. Esos en los que todo el mundo sufre y hace sufrir. Esos en los que hacerse heridas es lo importante y cicatrizar, lo secundario. Esos en los que cuanto más se sangre, mejor. Que cuanto menos se lata, mejor. Que tus latidos no se han ralentizado (tanto, digo).

Quiero saber... Mil cosas, la verdad, pero a la vez, ninguna. No quiero saber nada de ti, solo que estás, que estás bien. Solo eso. Solo que no me lo he inventado. Que no te he inventado. Solo. Solo quiero que estés, pero no. Solo quiero saber que en realidad todo esto no ha sido para tanto, que aún puedo pensar que estás bien. Que estoy bien. Solo.

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