Make a worse situation

Saqué las llaves de mi bolsillo y aquel tintineo diabólico golpeó la puerta mientras introducía una de ellas en la cerradura. Giré tres veces hacia la derecha, deseando que Lilian no hubiera echado una vuelta más.
Nada más atravesar la entrada, se produjo un golpe sordo, acaparando toda mi atención.
—¿Lil? ¿Eres tú? —pregunté avanzando por el pasillo, con las llaves dentro de mi puño cerrado, preparado para golpearle a alguien en la cara si hiciera falta— ¿Lil? ¿Estás bien?
Nadie respondió y yo me estaba poniendo muy nerviosa. Anduve un poco más, con sigilo, latiéndome el corazón más rápido a cada paso que daba. Intenté que nadie me oyera respirar, que nadie notara mi presencia, pero al llegar al salón me di cuenta de que lo que tenía que haber hecho era correr. Correr, gritar, llorar. Y es lo que empecé a hacer de inmediato al hallar a Lilian, mi preciosa Lilian, mi Lil, inconsciente en el suelo.
Tiré las llaves y me arrodillé junto a ella, cogiéndola entre mis brazos y dándole con la palma de la mano en las mejillas.
—¿Lil? —Nada—. ¿LIL? —Nada—. LIL, JODER.
Busqué el teléfono móvil en mi chaqueta, pero parecía que mis dedos habían olvidado cómo agarrar cosas. Lilian también se me perdió en las manos y se deslizó por mis rodillas hasta el suelo. Hasta la moqueta gris, oscura y áspera. Fea.
Me levanté muy rápido, me mareé y volví a arrodillarme en el suelo. Conseguí encontrar el teléfono y, sin saber cómo, ya había pedido una ambulancia y estaba colgando. Volví a coger a Lilian y comencé a acariciarle el pelo, a olerle la mejilla, a llorarle sobre la oreja.
—Lil, ¿por qué?
Estaba mirando un blíster de pastillas completamente vacío en el que no había reparado anteriormente y la imaginé sonriendo, apartando su cabello dorado y tragándose una a una todas las pastillas que ahora ya no estaban. Me imaginé abriéndole la garganta y sacando una a una aquellas dosis de muerte de su cuerpo.

—¿Lil...?
Me la quitaron de las manos. Se la llevaban, intentaban devolverle el conocimiento, la sonrisa, el rubor... Y nada funcionaba. La subieron a la ambulancia y yo me quedé en la puerta de casa, con las llaves dentro de mi puño cerrado, preparado para golpearle a alguien en la cara si hiciera falta. Evitando la posibilidad de verla morir. Evitando la posibilidad de verla revivir, pero deseando que volviera.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El fuelle

¿Qué es para ti la vida?

El libro más increíble que he leído