#2 Arrullo
Elías se asomó a la ventana de su habitación. Era una habitación grande, pero estaba llena de cosas por todas partes de forma desordenada. La ropa inundaba cada rincón. Se podrían haber puesto cuatro lavadoras fácilmente. Pero nada de eso importaba en ese momento. Algo llamó su atención fuera de la casa. Su ventanal daba de cara al mar, al romper de las olas y a los peces nadando. Daba a la vida, que contrastaba perfectamente con toda la muerte que había dentro de él, de sus pulmones.
Sacó medio cuerpo a través del hueco que se había creado al abrir la ventana. Era de esas que se abren hacia dentro girando la cremona hacia la derecha. Cerró los ojos y dejó que el viento le moviera el pelo como le diera la gana. Tenía una melena semilarga, castaña y ondulada. Su madre siempre le había dicho que se la cortara, pero ya no estaba allí para decirle nada. Ya nunca estaría.
A veces, hacía eso de abrir la ventana y dejarse llevar por el arrullo del agua y los quejidos del viento, pero solo era porque la echaba de menos. Porque cada cosa de aquella maldita playa, cada cosa de aquella maldita casa y cada cosa de aquella maldita habitación le recordaba a ella. Y si había algo que había llamado su atención ese día era que sí, la seguía echando de menos, pero lo hacía de una forma totalmente distinta. Su corazón ya no le dolía a pesar de seguir sintiendo tristeza, porque era como cuando te aprietan la mano para decirte "eh, estoy aquí, no pasa nada". Y ella estaba ahí con Elías.
Sacó medio cuerpo a través del hueco que se había creado al abrir la ventana. Era de esas que se abren hacia dentro girando la cremona hacia la derecha. Cerró los ojos y dejó que el viento le moviera el pelo como le diera la gana. Tenía una melena semilarga, castaña y ondulada. Su madre siempre le había dicho que se la cortara, pero ya no estaba allí para decirle nada. Ya nunca estaría.
A veces, hacía eso de abrir la ventana y dejarse llevar por el arrullo del agua y los quejidos del viento, pero solo era porque la echaba de menos. Porque cada cosa de aquella maldita playa, cada cosa de aquella maldita casa y cada cosa de aquella maldita habitación le recordaba a ella. Y si había algo que había llamado su atención ese día era que sí, la seguía echando de menos, pero lo hacía de una forma totalmente distinta. Su corazón ya no le dolía a pesar de seguir sintiendo tristeza, porque era como cuando te aprietan la mano para decirte "eh, estoy aquí, no pasa nada". Y ella estaba ahí con Elías.
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