#12 Pertenencia
Tengo una amiga que se ha mudado diecisiete veces. La razón principal es que ninguna de las viviendas las siente como su hogar. Solo busca un signo de pertenencia, algo que le diga "tú eres de aquí", pero, de momento, no lo ha encontrado. Ha estado en cuatro o cinco países distintos, ha vivido sola, con amigos, con gente aleatoria y con sus parejas y en ninguna de las ocasiones ha sido capaz de sentir que estaba en casa.
A veces, el hogar no es un lugar, sino una persona o una parte de ella. Otras, lo encontramos en objetos a los que les hemos dado una carga sentimental que llevarán para siempre o hasta que acaben en la basura con el afán de borrar esos sentimientos, o porque simplemente nos acordamos de Marie Kondo y nos da por limpiar la habitación. Pero cuando te mudas tantas veces, es difícil otorgarle sentimientos a un lápiz. Lo dejas atrás porque no escribes con él nunca y ocupa un espacio que puede ser utilizado por otro objeto que usas más. Ese lápiz te lo trajo tu abuela de un viaje cuando tenías cinco años. Tiene una forma preciosa y una mariquita pegada. Te encantaban las mariquitas. En el lomo, lleva grabado el nombre del sitio de donde viene, uno en el que jamás has estado y en el que no crees que vayas a estar. Agarras el lápiz y empleas exactamente quince segundos en mirarlo con nostalgia, pero enseguida lo mueves al montón de la basura.
Quizá el hogar era ese lápiz, pero nunca lo sabrás.
A veces, el hogar no es un lugar, sino una persona o una parte de ella. Otras, lo encontramos en objetos a los que les hemos dado una carga sentimental que llevarán para siempre o hasta que acaben en la basura con el afán de borrar esos sentimientos, o porque simplemente nos acordamos de Marie Kondo y nos da por limpiar la habitación. Pero cuando te mudas tantas veces, es difícil otorgarle sentimientos a un lápiz. Lo dejas atrás porque no escribes con él nunca y ocupa un espacio que puede ser utilizado por otro objeto que usas más. Ese lápiz te lo trajo tu abuela de un viaje cuando tenías cinco años. Tiene una forma preciosa y una mariquita pegada. Te encantaban las mariquitas. En el lomo, lleva grabado el nombre del sitio de donde viene, uno en el que jamás has estado y en el que no crees que vayas a estar. Agarras el lápiz y empleas exactamente quince segundos en mirarlo con nostalgia, pero enseguida lo mueves al montón de la basura.
Quizá el hogar era ese lápiz, pero nunca lo sabrás.
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