Crash
Sí, bueno, ahora mismo tendría que estar estudiando, ¿y qué?
Hace un día asqueroso, me duele la cabeza y quiero llorar.
"Seguiré fingiendo que no me importa", pienso una y otra vez cada vez que me doy cuenta de toda la gente que he ido perdiendo, estoy perdiendo y perderé en mi vida.
Duele tanto que no puedo decir que no me importa. Rectifico: puedo decir que no me importa si me da la gana, pero no puedo hacer que este sentimiento pare, estas ganas de llorar, ya sea por el día que hace, por el agobio que tengo este curso o por la realidad de ver cómo mi número de amigos va mermando a medida que pasa el tiempo.
A veces duele tanto que deseas no estar aquí, que deseas evadirte del mundo y la única forma que se te ocurre en ese momento es el no haber nacido o el estar muerto. Gilipolleces que se te pasan por la cabeza por el mero hecho de estar mal, por el mero hecho de pensar que esas personas estarían mejor sin ti. Quizá no te das cuenta. No, no te das cuenta de todos los cambios que has provocado en la gente. A lo mejor no en todos, pero en la gran mayoría y no solo cambios malos como puedes llegar a pensar, como puedo llegar a pensar.
Puede que mi problema sea intentar buscarle la lógica a cada situación, intentar comprender por qué la gente desaparece de mi vida, se esfuma sin dejar rastro. Miento, deja un rastro doloroso. Más doloroso en unos casos, menos en otros. Si tienes suerte, ese dolor desaparece gracias al factor tiempo, más rápido o más lento, pero lo hace y mientras que esperamos su desaparición, nos tortura el pensamiento y el corazón de la manera más vil y más cruel posible: recordándonos una y otra vez a esas personas a las que deberíamos echar de menos y que estamos olvidando poco a poco, incluso a veces odiando.
¿Quién es el cruel aquí, entonces? ¿Nosotros o nuestras mentes y corazones? Dado que lo último pertece a nosotros, el problema es grave. Luchamos contra nosotros mismos, luchamos contra el pensamiento de sentir pero no sentir es totalmente imposible. Por más que prometas no volver la vista hacia atrás, no puedes evitar hacerlo. No puedes. Y duele. Mucho.
Y todos los días me pregunto si se podrá arreglar lo que se ha roto. Ya no se trata de poner celo a una rajita minúscula, ya no se trata de pegar unos cachos de un jarrón con pegamento. Aquí el jarrón se ha convertido en polvo y ese polvo ha sido aspirado y vaciado en un contenedor de basura que va camino del vertedero. A nadie le gusta ir a los vertederos, pero a veces es necesario. Y cuando tienes que ir varias veces y no consigues arreglar de nuevo el jarrón, terminas por comprarte otro más barato para que no te vuelva a pasar lo mismo, pero sabes que al final se acabará rompiendo porque eres demasiado manazas. A pesar de que has hecho todo lo posible por que el jarrón no se haga trizas, no has podido evitarlo y al final optas por no comprarte ningún jarrón nunca más.
Qué pena que las personas no sean jarrones, sin ellas no se puede vivir.
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