Plus que des mots

—¿Por qué lloras? 
Sus ojos oscuros me miraban tímidamente en un llanto que parecía que no iba a cesar nunca pero, queramos o no, todo tiene un fin, incluso aquello lo tenía. Su silencio era lo que más me dolía en ese momento, incluso más que verla llorar.
—¿Es que acaso he hecho algo malo?
No se me ocurría nada que pudiera haber hecho para herir sus sentimientos, pero tampoco se me ocurría nada que le pudiera hacer llorar. Nada excepto yo.
Desde el momento en el que la conocí había provocado su inevitable desgracia, pero nunca de ese modo. Nunca visible, pues ella siempre tenía una sonrisa en el rostro para todos. Pero, queramos o no, todo tiene un fin, incluso las sonrisas, pero no mi vida, eso no.
Suspiré. Cogí sus manos de la forma más delicada que pude, sin querer lastimarla, sintiendo su cálido tacto bajo mi piel. Nada de aquello parecía real, y es que en verdad no lo era porque ella no podía estar llorando. Aun así, yo seguía aparentando esa sensación de frialdad, esa indiferencia hacia todo lo que tuviera que ver con ella, incluyéndola a ella misma.
Su respuesta fue echarse a mis brazos de la misma forma en la que un ratón acude a una ratonera. Seguramente había pasado menos tiempo que la eternidad que me había dado la sensación de tener que esperar para que  reaccionara. Ni siquiera yo sabía qué hacer, pero ella no podía enterarse de eso, tenía que aparentar la máxima seguridad en mí mismo, tenía que dar credibilidad a cada una de mis acciones y, justo cuando caí en la cuenta de que todo aquello no era real, sus labios atraparon a los míos dejándome sin aliento durante un par de segundos. La miré y me miró. Sequé el resto del agua de sus ojos con las yemas de mis pulgares y la abracé. En realidad, era yo quien la necesitaba y no ella a mí. Todo era demasiado confuso. Anhelaba que cada pedazo de esa ilusión fuese real, incluso la parte en la que lloraba, pues era lo que había desencadenado todo aquello, era lo que me había hecho darme cuenta de que era yo el que vivía engañado por cada una de sus sonrisas, de lo que antes me parecía sinceridad y ahora me parecía duda. Lo había tramado todo tan bien que ahora ya no podía salir de ahí y, fuese todo verdad o no lo fuese, no podía permitir que acabara.

De repente, desperté. Abrí los ojos y allí estaba ella, era todo real. Una alegría inmensa recorrió mi columna vertebral de arriba a abajo, pero la serenidad invadía cada partícula de mi ser. Me besaba, me anhelaba y yo a ella. A cada segundo que pasaba, mi amor por ella crecía pero pronto el día llegaría y tendría que despedirme.
—No lloro porque hayas hecho algo malo, lloro por las cosas buenas que harás  —terminó la frase con una sonrisa tratando de darle fuerza a sus palabras, aumentando la veracidad en ellas y yo me lo creí. Siempre la creería, aunque lo que me contara no fuese verdad. No me importaba, ella hacía que fuese real, hacía que tuviera algo por lo que vivir.
Miré al cielo y después a sus ojos, ocultando por costumbre mi tristeza en ese momento. Estaba amaneciendo y tenía que emprender mi camino. Volvería a verla, no sabía en qué momento. Por eso se me hacía tan duro, pero el tono de mis palabras era más duro incluso que el momento mismo:
—Buenas noches.
Ni siquiera me despedí de ella. No quería que estuviese así conmigo, no quería que me necesitase de ese modo. Tenía que aprender a ser independiente, tal y como yo lo era hasta que la conocí. Pero ella sí se despidió:
-Tus "buenas noches" son mis "buenos días" preferidos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El fuelle

¿Qué es para ti la vida?

El libro más increíble que he leído