Con prisa sobre tu espalda
Voy pisando con prisa sobre tu espalda, sobre tu futuro perfecto de indicativo.
He roto tus sueños a golpe de martillo, he partido tus dientes de un puñetazo.
He bailado con la muerte, pero resulta que no estoy hecha para el baile y decidió darme plantón.
Me ha dejado aquí sola, esperando, arreglada y con las perlas en la mano.
He rajado tus venas, de arriba abajo, tal y como me dijiste.
Me he quedado parada mientras ardía tu casa, mientras tus libros se quemaban.
Esos libros que guardaban tus secretos. ¿Ahora qué? Ahora lo sabe todo el fuego.
Pero el muy cretino no quiere contarme nada, por eso le he cortado la lengua.
Mírala, la tengo aquí en mi mano.
¿Qué? ¿No te gustan las cicatrices? Que mires, te he dicho. ¡Que mires!
Me he clavado todos los cristales de aquella ventana que rompiste a cabezazos.
Me han atravesado todas esas jeringuillas que tiraste a la basura.
Drogas. Drogas. Ya no me sale decir que no, es un quizás.
¿Para qué? Para nada. Es un quizás vacío, de esos que no cree nadie, pero se dicen.
De esos que digo a menudo, que dices, que dicen. Todos. Todos vacíos.
Más que mi nevera, más que tu cuerpo cuando te extrajimos todos los órganos.
Es que si no se los iban a comer los gusanos, compréndeme, teníamos que subsistir.
Son gusanos de esos que no se convierten en mariposas, ¿sabes?
Si es que no sé por qué decías que te gustaban, si solo te dedicabas a cazarlas.
Como a mí. Para clavarme en la pared, para admirarme y rozarme las alas, para decirme lo bonita que era, para no darme utilidad. Yo solo quería que me usaras.
Que me usaras de una manera sucia y rastrera, para fines malvados, para cambiarme por lo que fuera, pero que me usaras.
Y me tienes aquí, muriendo, sin utilidad, sin pasado, ni presente, ni futuro, sin ser ni estar.
Ni pretéritos imperfectos ni rutinas destruidas, solo claves de sol y manuales de instrucciones rotos por la mitad.
Y todavía sigues esperando. ¿Por qué? Vete.
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