La madriguera de las mariposas

Vacío y Rotura se miraron.
Estaban a esa distancia a la que uno no puede escuchar los latidos del otro, pero se los imagina.
Porque no es como si no se hubieran oído latir antes.
Tampoco es como si se dejaran latir.

Rotura miró a Vacío con el azul del cielo, pero no de ese cuando hace buen día y no hay nubes, sino de ese cuando viene una tormenta a saludar y Vacío mira al cielo con desgana y dice "Va a llover". Y Rotura se muerde los labios para no decir que se deje de decir tonterías. Que se deje de sentir tonterías. Pero Rotura no es de los que se muerden los labios para no decir. Y esa vez no iba a ser menos, así que Rotura dijo "No debes tener miedo".

Vacío se encogió de hombros y le salió esa sonrisilla que le sale cuando no puede añadir nada porque ya está todo dicho, porque no tiene razón. Y se intentó apartar el pelo de la cara, pero a Vacío le cuesta mucho apartarse el pelo de la cara porque su pelo se empeña en vivir y no en existir y ya está, como ella. 

Y Rotura la miró con esa preocupación que solo él sabe transmitir, porque a veces parece que solo sabe mirar preocupado. Y a Vacío no le gusta preocupar, pero el silencio es algo que Rotura detesta y que, sin embargo, si sabes cuándo callar, no le molesta. 

"Dime algo", medio suplicó. Y es que Vacío no sabía ni qué decir. Está perdida el noventa por ciento del tiempo porque no se le da bien eso de existir. "Es que no sé qué decir". Y Rotura se enfadó, pero no mucho, pero se enfadó, y entonces Vacío apartó la mirada porque siempre aparta la mirada.

Y así es cómo Vacío y Rotura dejaron de mirarse.
Así es cómo dejaron de oírse latir.
Cómo dejaron de latir.

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