Diecinueve

Iba corriendo a través de aquellos campos. Su risa se perdía con el canto de los pájaros y se entrelazaba con el viento. Aquel vestido blanco que llevaba luchaba por mantenerse en su sitio, pero los volantes estaban furiosos.
—¡Llegaré antes que tú!
—¡Eso ni lo sueñes! —recibió como respuesta.
Su hermano le pisaba los talones (y le sacaba dos cabezas, todo había que decirlo), pero ella tenía muy claro que llegaría antes que él.
—¡Solo me quedan diecinueve pasos más! —gritó con una risilla intentando no pararse mucho, pero su hermano se tiró sobre ella para abrazarla por detrás.
—Te he dicho que no vas a llegar.
Se pararon y ella se dio la vuelta frunciendo el ceño, simulando un enfado.
—¿Por qué no quieres que llegue a la cima?
—Porque aún no estás lista y te puedes caer al llegar. Y no quiero que te hagas daño.
—Pero ya soy mayor, estoy preparada. Me he hecho daño muchas veces y siempre me he levantado y he seguido.
—Yo cuidaba de ti,...
—Pero no lo necesitaba —le cortó—. No necesitaba ni necesito la ayuda de nadie y me parece absurdo que pienses así. Solo me demuestras que no valgo lo suficiente por mí misma.
—Yo no...
—Déjame acabar. No te necesito. Vuelve a casa y ya iré yo luego.
—¿Por qué eres tan brusca siempre? No hace falta que estés a la defensiva, que saltes a la mínima. No tienes que defenderte de nada. Conmigo no.
—No estoy a la defensiva, pero me parece estúpido que me digas que no voy a llegar a la cima cuando tú eres lo único que me impide llegar.

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