Con valor seré más raudo que un río bravo...

—Es odioso todo esto...
—Imagino.
—Es como aferrarse a un clavo ardiendo. Te estás quemando y, sin embargo, como te sueltes te caes.
—La verdad es que sí. 
—Para mí es muy importante y eso es lo más odioso de todo.
—Te entiendo, es decir, yo no lo he vivido. Siempre he pensado que podía volar y soltaba el clavo. 

—Claro, el señor no tiene sentimientos, si eso lo sé yo ya. Aprende que el hecho de volar está en tu imaginación. En realidad sigues aferrado a ese clavo pero te has acostumbrado a su tacto ardiente.
—Será, pero volar es tan divertido... Además, puedes hacer lo que te propongas. Todo está en tu cabeza.

—Pero en algún momento tienes que mirar a la realidad a los ojos.
—Ya lo hago. Hace tiempo era como tú decías. Ahora puedo volar. Y para volar no hacía falta no tener sentimientos (gran error por mi parte),...
—Está bien que lo admitas.
—...sino tener el valor y la esperanza de lograrlo. 
—Yo no tengo de eso y, en realidad, ni lo quiero.
—Porque no lo has probado. Cuando pruebes el sabor de la esperanza y el subidón del valor, verás. 
—¿Qué veré?
—Que es lo único que necesitabas.
—¿De veras? ¿Esperanza y valor?
—Sí. 
—¿Nada más?
—Para poder continuar hacia delante, sí. 
—¿Y el resto de cosas?
—Vienen después. Con valor podrás conseguir lo que sea y con esperanza serás capaz de aguantar lo que te echen.
—¿Y cómo se consigue el valor?
—Buscando en tu interior.
—¿Y la esperanza?
—Cuando no te quede nada será lo único que quede. 
—¿Cuando no me quede nada y, sin embargo, me dices que me valdrá para conseguir el resto?
—Sí, conseguirla no es fácil. 
—Ya lo veo. Pero me es más fácil conseguir eso que valor.
—¿Sí? 
—Sí. Al menos una pizca de esperanza siempre tengo, de valor creo que no.
—Lo encontrarás. 
—Me es imposible, soy demasiado cobarde, siempre lo he sido.
—Yo también lo era. El cobarde número uno.
—¿Tú? ¿Por qué dices eso?
—Porque lo era.
—No tiene sentido viniendo de ti.
—Sí. Yo nunca he sido un valiente.
—Tú y tu maldita carcasa de acero blindado.
—¿Por? Bueno, ahora sí lo soy. 
—No, ahora eres un idiota.
—Y valiente.
—Un valiente idiota.
—Un idiota valiente suena mejor.
—Lo sé. Lo siento.
—¿Por qué te disculpas? 
—Por llamarte "valiente idiota".
—Bah, no te disculpes.
—Soy así... deberías saberlo.
—Pues sí, la verdad.
—¿Ves?
—Con valor serás más fuerte que un río bravo. 
—Raudo...
—El valor consume memoria...
—Debe ser.